¿Quiénes son los dueños de los votos?

Bingo electoral con un cartón soñado

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744

Luis María Serroels

Cuando esta columna esté en la calle, seguramente habrá mayores precisiones que de todos modos en la sustancia no cambiarán las cosas. Pero lo cierto es que el cuadro de los resultados electorales registrados el domingo, para muchos -y por largo tiempo- será muy difícil de comprender, digerir y asimilar, tanto en los guarismos aplastantes como en los liderazgos lesionados.

Quizás en los próximos meses y a la luz de las características con las que se desenvuelva la transición, tanto en los casos de cambio de signo como en la cesión de hijuelas en la sucesión en la cúspide del poder provincial surjan elementos que ayuden a interpretar el pronunciamiento popular del 18 de marzo.

De entrada debe aceptarse -y no es ninguna muestra de sagacidad- que el gran ganador ha sido Jorge Pedro Busti. Porque eso fue lo que él se había propuesto, porque sin pedir licencia caminó la provincia en una gimnasia agotadora, porque dispuso de los medios para ello -un fenomenal aparato plagado de recursos e impulsado con acciones que sus opositores no tardaron en cuestionarle- y porque para su proyecto a largo plazo era fundamental que su sillón pasara a ocuparlo Sergio Urribarri.

Está claro que más impactante que ganar donde no se pensaba, resulta perder abrumadoramente en donde se creía triunfar con holgura y al trote. Los guarismos fueron catastróficos para muchos candidatos pero también un mentís para ciertos encuestadores que erraron no ya en los porcentajes sino en las ubicaciones en la tabla general.

Como un auto de Fórmula 1 que arriba segundo a la meta, muy distanciado del ganador pero segundo al fin, la Unión Cívica Radical y con 85.000 boletas menos que en 2003 fue la única fuerza perdedora que al menos tuvo cosas para celebrar. Porque de habérsele adjudicado en las estimaciones previas un cuarto puesto, a terminar conservando su condición de segunda fuerza en la provincia y traducir ello en un más que importante rol como primera minoría en la Cámara de Diputados, con similar condición en el Concejo Deliberante de la capital entrerriana, no deja de ser alentador.

Los traumas que dejó la gestión de 1999 a 2003, la diáspora que ello generó y que llevó a la expulsión de afiliados y el tener que convencer sobre nuevas ideas y estilos, no era cosa fácil. Lo de Julio Solanas fue una sorpresa, porque desde sus cálculos íntimos la incógnita sólo apuntaba a dos posibilidades: el anhelado triunfo y, en el peor de los casos, un segundo puesto por ajustada diferencia. Ni lo uno ni lo otro, porque al final fue una tercera ubicación a nada menos que 30 puntos del oficialismo. Resultó derrotado en la ciudad donde gobierna por segunda vez, debiendo conformarse con apenas un edil. Los dos senadores provinciales que le responderán son pocos si se lo observa desde la perspectiva optimista que rodeó la campaña. Como también los cuatro diputados que le otorgan la segunda minoría.

Dentro de este panorama, sobresalió el duelo retórico entre Solanas y Busti, como recidiva de los encontronazos muy fuertes de la última semana. El golpe al mentón del gobernador en la eufórica noche del domingo fue rápidamente contestado con un gancho al hígado por parte del jefe comunal paranaense, como claro indicio de que los rencores subsisten y que más allá de que siempre aparece un buen mediador, los temores de que esta guerra dialéctica se instale en la Legislatura son un dato de la realidad.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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