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Pasternak

Federico ceba mate, y se golpea la cabeza de la frustración. “Qué boludos”, dice, “qué boludos. Lo hubiesen tirado al proyecto directamente a la Cámara de Diputados, mucho antes. Si a las sesiones no las sigue ni el loro. Lo hubiesen hecho más de callados”. Federico hace rato que tiene ganas de ser oficialista, pero el gobierno siempre le arruina el entusiasmo. La última semana se quedó solo con su indignación, con el desprecio que le genera el reclamo imberbe de cierta clase media. “Se quejan porque los ricos no pueden ganar más plata”, dice. La opinión es compartida por otros amigos. Sueñan los pelagatos con comprarse un Mercedes, y votan a López Murphy porque les parece serio. Mucho más molesto que el reclamo sectorial le resulta el apoyo que recibieron los sojeros de gente que suele jactarse de su apatía política; la gente “buenista” como los define Juan, otro huérfano que quisiera querer al kirchnerismo, pero no puede. “Los buenistas son de derecha”, explica Federico. “Pelotudos que se creen la reserva moral de la patria porque tienen trabajo y nunca robaron”.

Durante estos meses, después de pasarse unas ocho horas todos los días en un Call Center de Rosario poblado de veinteañeros que adoran la explotación porque es en inglés, después de escuchar el mantra del consumo y el racismo sojeril, lo único que hacía Federico en el trabajo era leer el Página/12 y esperar que publicaran una nueva columna de Horacio González. “Necesitaba algo a lo que aferrarme”, dice.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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