Alabado sea el zapatazo de Muntazer

Daniel Tirso Fiorotto
(especial para ANALISIS)
Oh, poder desanudar los cordones, uno a uno, con delicadeza y goce y lentamente.
Oh, tomar el primer zapato con el rostro sereno y la mano firme, extender el brazo hacia atrás, bien atrás, y robar impulso al fondo de los infiernos y lanzar ese zapato como se lanza no un misil sino un… zapato a la cabeza del régimen.
Lanzarlo, sí, contra el resumen del régimen que es esa cabezota cínica, contra ese régimen de muerte cebado en la ambición, de masacres sin causa.
Y sin respirar casi, agacharse, agarrar el otro zapato y tragarse de una toda la energía del universo para vomitarla de una, en ese nuevo esplendoroso boleo hasta el punto exacto en que el régimen genocida se expresa, la cabezota de George Bush.
Y lanzar ese zapato con tanta puntería que permita al genocida cuerpearlo con un mínimo de reflejos, para que sienta el genocida la satisfacción de esquivar un zapatazo y sienta la humanidad qué terrible debió ser para las niñas, los niños, las madres de Irak, qué espantoso no poder esquivar uno de sus 100.000 misiles.
Ellos, pobrecitos ellos, no tuvieron oportunidad de cuerpear los bombardeos del régimen que tiene en Bush una fachada.
(La nota completa se publica en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)