El yuyo ardiente

Pasternak
Cuanto más conozco a la gente, más quiero a Benedicto. Si no fuera por el escalofrío que me despierta la sonrisa oblicua de comeniños de Joseph Ratzinger, ya me habría hecho del Opus Dei hace tiempo. Cuando Joseph quiera ser gobernador de Entre Ríos, ponele, van a tener que aplicar medidas drásticas para sacarle un afiche decente, como hicieron con Burribarri para las últimas elecciones: llamar un fotógrafo posta que venga de Rosario y que dispare cientos de miles tomas, durante tres días seguidos, hasta conseguir un retrato casi humano, un gesto simpático para el afiche que no te haga fruncir el culo de miedo en la vía pública. Como sea, yo al Papa lo banco a morir. Los periodistas le pegan a Benedicto porque está lejos y es fácil; es como pegarle a Botnia, para endulzar a la gilada, para sacar el pito afuera sin ese complejo de inferioridad tan característico en los trabajadores de prensa. Le pegan para iluminar los mitos ya insostenibles de los medios: la decencia, la lucidez, la pretensión de verdad, esas cosas que ya no existen en el oficio, que escasean en cualquier empresa y que apenas si se pueden leer todavía en los textos que escribimos yo y mis amigos, y en lo que dice Joseph Ratzinger.
(El texto completo se publica sólo en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana?