El dossier de Plutarco Schaller

Por Guillermo Alberto Alfieri
(Especial para ANALISIS)
El acto se realizó en la Biblioteca Mariano Moreno de la ciudad de La Rioja, con la presencia de Plutarco Schaller, venido desde La Habana, donde reside desde hace dos décadas con una historia de vida que incluye casi ocho años de cárcel que no quebrantaron sus convicciones humanistas.
Nació en Crespo, Entre Ríos, en 1928, con infancia también andada en Isletas, donde se levantaba la casa de su otra rama familiar, la de los Chaves. Su Barrio Azul, limitado por el Barrio Negro, quedaba del lado en el que las calles eran callejones con habitantes en ranchos pobres, con libertad para la caza furtiva y el lujo de recibir como regalo al potrillo Tango.
El trabajo impidió que Schaller estudiara y fue emigrado joven, hacia Buenos Aires, donde aprendió múltiples oficios agrarios y urbanos. Recorrió gran parte del país hasta que en los albores de los años 50 ancló en lo que define como turbulento remanso: La Rioja.
Cara y cruz
Empleado en una empresa de perforaciones en un territorio en que el agua es escasa, Plutarco fue el andariego por paisajes y climas propicios y adversos. Conoció gente de a pie, sabios o ladinos que lo cultivaron en la tarea de descubrir la naturaleza y sobreponerse a los contratiempos.
En la Ciudad de los Naranjos se fabricaba el diario El Independiente y Schaller se incorporó a la tarea como fotograbador, fotógrafo y periodista. Viajó a la Antártida, se hizo baqueano en la Cordillera, defendió el patrimonio del Valle de la Luna y Talampaya. Fue auxilio intrépido en un gran premio de Turismo Carretera; se trepó a aviones de dudosa seguridad para mantenerse en el aire. Guió a Arturo Jauretche por La Rioja de los eternos sacrificados anónimos de la patria.
En el diario era el compañero Plutarco, casado con La Chacha y padre de una prole de changuitos y changuitas. Amigo de artistas y paisanos. Laico de adhesión fervorosa a la profética pastoral de Enrique Ángel Angelelli.
El 23 de marzo de 1976, Schaller terminaba el día de labor en El Independiente. Lo capturó la invasión militar; el primer periodista preso, entre varios más, del matutino que estaba en la mira brutal de la tiranía. El gimnasio del Batallón de Ingenieros 141 fue el inicial alojamiento de centenares de riojanos detenidos. Allí susurró Plutarco: “La mano viene dura…, esto va para largo”.
En el penal, los torturadores se ensañaron con Schaller. Estaba internado por las heridas del tormento cuando al Hospital Plaza llevaron el cadáver de monseñor Angelelli, desnucado en Punta de los Llanos. Después el dantesco traslado a Sierra Chica, el retorno a la celda riojana, estaciones en Devoto, Paraná, La Plata y Rawson.
Había sido, en 1971, fundador de la cooperativa que pasó a editar el diario. Por mandato dictatorial y traición de civiles se le extirpó su calidad de socio, al igual que a una decena de camaradas.
Las gestiones para el reingreso fueron vanas y Plutarco rechazó la solución individual ofrecida por los taimados excluidores. “Volvemos todos o ninguno”, bofeteó la palabra de quien sufrió casi ocho años de encierros que no alteraron su conducta.
Los Schaller se habían dispersado por la persecución. Plutarco aceptó el empleo en la Embajada argentina en La Habana. “Cuba me prestó una patria”, dijo y decidió quedarse para vivir como un cubano y no como un turista privilegiado.
Reencuentros
Regresó una vez para el reencuentro con los suyos en 1995. Había bajas irremediables, atemperadas por un viaje por el interior profundo de la provincia empobrecida por la venganza unitaria de la resistencia federal derrotada por el asesinato del Chacho Peñaloza y la muerte de Felipe Varela.
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