Todopoderosos armados de soja y rollizos

Daniel Tirso Fiorotto
(Especial para ANÁLISIS)
Famoso en el ambiente por sus fotografías extraordinarias de las aves nativas, fotos que recorren el mundo, prestigian a los entrerrianos y llenan los ojos y el alma, el ingeniero Fernando Raffo tomó como un desafío personal la idea de crear el primer sitio Ramsar en Entre Ríos.
El 21 de noviembre de 2009 sonó el teléfono en su casa de Colón. Atendió su esposa: “decile a Raffo que se deje de joder con el Ramsar porque va a ser boleta”.
Luego la denuncia en la comisaría, y los resultados de la investigación en veremos. Pero si las expresiones contrarias de propietarios y comerciantes lo habían puesto en alerta (incluso por palabras subidas de tono y tensiones varias y visiones apocalípticas bien difundidas por defensores a ultranza de la propiedad privada), con esta amenaza en el seno de su hogar Raffo terminó de tomar conciencia. ¿Qué intereses estaba tocando con este proyecto a todas luces positivo, que busca proteger nuestras riquezas naturales, y que podría ser la punta de lanza de un sistema sustentable muy distinto al actual, y superador?
Todo empezó por el impulso de un sitio que siga los códigos de la convención Ramsar, para preservar los humedales, las islas, los bañados y esteros y sus zonas vecinas, con toda la vida natural que guardan, y con criterios acordados en el mundo entero a los que la Argentina adhirió hace más de dos décadas.
Gran parte de nuestra provincia es un humedal, con 40.000 kilómetros de ríos y arroyos. El 70 por ciento de los entrerrianos vivimos junto a los humedales, o metidos en ellos. Entonces el primer sitio Ramsar, con reconocimientos internacionales y posibilidades de producción sana, se caía de maduro.
Eso pensaba Raffo. Sin embargo, la crisis integral, la crisis de credibilidad en particular, y los intereses de grandes grupos, confluyeron contra los asuntos del ambiente y todo se frenó.
Cultura ultracapitalista
La soja y el eucalipto quedaron en el medio de la disputa, pero la discusión dejó en el aire un problema mayor: la creencia de muchos de que sus propiedades son absolutas, que el título los habilita a hacer lo que quieran, todo contra las propias normas constitucionales, para dejar con escaso margen de acción al Estado, como se desprende de actitudes y cartas documento, a las que pudo acceder ANÁLISIS.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)