Entre el sueño y la vigilia

Camila Fernández
Era la segunda vez que iba al Hospital San Roque en cuestión de 12 horas, en esta ocasión estaba yendo a averiguar algo que la noche anterior había olvidado preguntar. No podía quedarme con esa duda pinchándome la nuca. Ahí estaba el kiosquito de la esquina otra vez. Lo atiende la misma señora, una mujer parca detrás de una ventanita enrejada. Siempre creí que tenía un humor inabordable pero una vez la encontré en un colectivo y fuimos charlando un buen rato. Concluí que es así nomás, de pocas palabras y mirada seria, trabajadora. Está de lunes a sábado, mañana, tarde y noche. Como es de esperar, lo que más se vende en los negocios de la cuadra son cigarrillos, gaseosas y pebetes.
Hace calor, hierve. El asfalto caliente más el smog del mediodía parecieran condensarse en una sola idea: aire acondicionado. Será que iba pensando en eso cuando entré al hospital que me di cuenta de que no había uno cerca. Por los pasillos se caminaba como si fuesen las primeras páginas de una novela insoportable y fea que ya tenemos ganas de abandonar a pesar de no haber conocido aún el conflicto de la trama. Me acerqué a la casilla de la guardia pero esta vez dije que venía de ANALISIS, que necesitaba saber cuántos médicos había habido de guardia el viernes. Además, quería corroborar lo que había visto. No quería inventar quebraduras y mordidas de perro así como así.
-Eso tenés que preguntar en Dirección porque te tienen que autorizar la información -me dijo el hombre con voz muy baja.
Acá vamos, pensé. Para qué sigo haciendo estos recorridos burocráticos sabiendo que si le pregunto a la policía que está en esa silla abanicándose o a alguna enfermera, haciéndome pasar por una mamá o lo que fuere, me dicen hasta el apellido. De todas formas no me fue mal. Quienes trabajan en el hospital siempre te tratan muy bien.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS)