Sea progresista y robe sin culpa ni sanción

Antonio Tardelli
Para cualquier compatriota sensible a los asuntos públicos será imposible no mirar con ojos argentinos el conmocionante proceso político de Brasil, donde parece echada la suerte de la Presidenta Dilma Rousseff, cercada por la falta de respaldo en el Congreso. Este fin de semana ha quedado al borde la destitución.
Se trata de una saga bien interesante sobre todo por las dimensiones que abarca. Uno de los elementos más llamativos, en un cuadro particularmente complejo, es que la acusación directa que pesa sobre la jefa de Estado no está estrictamente vinculada con una causa de corrupción.
En efecto, el Parlamento no la responsabiliza por alguna clase de enriquecimiento personal. Está en juego, sí, su apartamiento de normas de responsabilidad fiscal. Se la acusa de haber maquillado el presupuesto y de haber aplicado a fines indebidos una serie de recursos de bancos públicos destinados a fines específicos.
Sin embargo, es impropio no vincular el cuadro actual con la extendida mancha de corrupción que alcanza a toda la dirigencia brasileña. Afecta a miembros del Partido de los Trabajadores, a dirigentes hasta hace muy poco aliados al Poder Ejecutivo y en general al conjunto del sistema político. La clase dirigente de Brasil se enfrenta a un dramático problema de deslegitimación.
(Más información en la edición gráfica número 1038 de la revista ANALISIS del jueves 21 de abril de 2016)