OPINIÓN. El rechazo de la UADER y la CTERA a la evaluación educativa

Paulo Freire en el país de Xipolitakis

Edición
1049

Antonio Tardelli

El sentido común, la ingenuidad que aspira a resolver cuestiones con una facilidad que ignora incluso la magnitud del problema, es una de las manifestaciones de la sociedad despolitizada. Impera, por ejemplo, cuando el lenguaje de los políticos, revestido a veces de alguna sofisticación, no se corresponde con la eficacia de sus respuestas.

La ciudadanía, así, se aferra a razonamientos simplistas. Pero el sentido común no resuelve los inconvenientes, sobre todo los que demandan cierto estudio y alguna capacitación. El sentido común puede ser democrático, y extendido, pero rara vez es eficaz. Un albañil no puede levantar un rascacielos. Las dimensiones técnicas son imprescindibles.

El problema es que, desechando el sentido común y avanzando en formulaciones más pretensiosas, alguna dirigencia se coloca objetivos apreciables pero lejanos, objetivamente inalcanzables, a los que sólo se puede arribar con algún tipo de escala previa. Saltear etapas es un formidable error de cálculo.

No está mal la amplitud de miras. El problema es cuando el actor político, ignorando realidades –de las que a veces, además,tambiénes responsable–, opera de un modo tal que produce efectos paradójicos: no supera lo establecido ni advierte, incluso, que no hay nada establecido que superar.

El resultado es catastrófico. Desolador. Reaccionario.

(Más información en la edición gráfica número 1049 de ANALISIS del 20 de octubre de 2016)

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