Un gobernador en su propio laberinto

José Carlos Elinson
Muchos intentaron poner una pátina de credibilidad y hasta un intento de serenidad, apelando a la figura de Don ElbioBordet, digamos, esperanzarse en el nombre del padre, ese hombre de condición caballeresca indubitable que supo ganarse el respeto de propios y extraños por nada del otro mundo, simplemente por la corrección que definió su vida pública y privada. Claro, eran otros tiempos, dirán algunos. Eran otros valores y otras convicciones, pensamos otros.
No conozco a Gustavo Bordet. En realidad los dos últimos períodos de gobierno provincial, o algo así, lograron ponerme a distancia de la Casa Gris y el municipalismo y la (indi)gestión nacional ocuparon en mayor medida mi interés periodístico y personal.
En las provincias mantenemos algunas tradiciones culturales que, como tales, son heredadas de generaciones precedentes. Y con el gobernador me pasa eso de dejarme llevar por las primeras impresiones. “Tiene cara de bueno”, me digo, y sigo diciendo: “debe ser un buen muchacho”.
Pero claro, el ser y el no ser, el ser y el deber ser, disputan espacios en la vida institucional de un Estado, provincial en este caso, y el nombre y la cara visibles en primera instancia son los del funcionario de marras.
(Más información en la edición gráfica número 1050 de la revista ANALISIS del jueves 10 de noviembre de 2016)