
Entre Ríos está marcada por las tragedias aéreas.
De ANÁLISIS
En las últimas décadas hubo varios accidentes de aviación que terminaron con la vida de gente de Paraná o estrechamente ligado a ellos. Algunos de los hechos sucedieron muy cerca de la capital provincial. Otros en diferentes lugares, pero en las aeronaves iban personas de Paraná. Doce víctimas en octubre de 1993; seis más en el 95, cinco en 2001; y otros seis en el 2006. En el inicio del ciclo del programa Memoria Frágil (Canal 9Litoral) se recordó esos sucesos y la dura relación de Entre Ríos con las tragedias aéreas.
Los episodios trágicos fueron numerosos en las últimas décadas, con aviones donde sus ocupantes y pilotos fallecieron. Algunos eran militares, otros ciudadanos comunes. Ese tipo de acontecimientos pasó a ser una particularidad de Paraná. No sucedieron tragedias similares en otras capitales de provincia, ligadas o no a unidades castrenses, se indicó en el comienzo del programa, ideado por el periodista Daniel Enz, con Natalia Buiatti en notas y Claudio Gianelli en cámaras y edición y que irá todos los sábados a partir de las 23 por Canal 9 Litoral.
Héctor Faggi, ex capitán de la Fuerza Aérea y Piloto Civil, reflexiona: “Paraná tiene una unidad aérea que es la II Unidad de la Brigada Aérea, de la Fuerza Aérea. En la que además de aviones de combate como los Camberra, tiene aviones de transporte y sirve a la comunidad y todo el país, transportando según los requerimientos de la Fuerza Aérea. Al tener mucho material aéreo volando, probablemente esa sea una de las causas fundamentales. Las ciudades que tienen unidades de la Fuerza Aérea, en general han afectado a esa comunidad y la gente que vive ahí, si bien no son todos nativos de esas ciudades, porque ocurren accidentes”.
El Guaraní de Crespo
El viernes 1 de octubre de 1993, cerca de las 21.30, murieron 12 personas en Aldea San Juan, a unos 4 kilómetros de Crespo, cuando cayó un avión Guaraní que pertenecía a la II Brigada Aérea que pertenecía a la ciudad de Paraná. Viajaban cinco civiles y siete militares. El piloto murió a la mañana siguiente, en una clínica de Crespo. El Guaraní había partido del aeropuerto Jorge Newbery y antes de llegar a Paraná, el avión dio un panzazo en un campo y explotó. Según el relato de lugareños, el piloto había querido aterrizar en la pista de La Maqueta pero nunca la encontró. Como el campo aledaño estaba arado, intentó aterrizar ahí y como no había altímetros ni marcas, clavó un ala. En ese momento, el avión comenzó a girar y se desarmó en tres partes. La hélice de una turbina fue encontrada a unos 500 metros y las ruedas de derrape a unos 800.
“Sonó la sirena y me fui en bicicleta a la comisaría. Pregunté qué pasó y me dijeron que había caído un avión. No creíamos. Cuando llegamos al lugar ya había pasado. Era de noche, algo que nunca había visto. Caminabas y tropezabas, alumbrabas con la linterna y era un fallecido. Cuando llegamos estaba el piloto consciente. Estaba todo oscuro. No había nada. Teníamos unas linternas miserables. Para sacar el piloto se ocupó un tractor Fargo, se tiró con eso, como se podía, no había otra cosa, nosotros recién empezábamos (arrancamos en el 88 y esto fue en el 93). Vi una cantidad de ambulancias, gente, de todo. Llegó gente de todos lados. Había ambulancias para socorrer. Todo el que estaba lejos o cerca, estaban todos quemados, negros, todos lo mismo. El avión explotó y tiró pedazos de avión para todos lados. Quedó la cabina achatada, un pedazo de avión. Se apagó enseguida y se trató de sacar el piloto que estaba vivo. No se encontró ni uno más vivo. Era todo oscuro, triste, nunca vi algo así, tantos muertos y quemados”, recordó Sadi Jumilla, bombero Voluntario de Crespo.
Los lugareños que socorrieron la tragedia tuvieron que salir a buscar cuerpos con un tractor. Había dos pasajeros que no encontraban. Tiempo después supieron que habían perdido el vuelo en Buenos Aires. Entre las víctimas fatales había una mujer con su bebé y el piloto agonizaba entre los hierros que debieron ser torcidos con maquinaria agrícola.
Germán Schmidt, dueño del campo donde cayó el avión, recordó: “Esa noche me acuerdo como que fuera hoy. Estábamos en mi casa con mis hermanos, mirando televisión. Eran más de las 21. Sentimos un avión que pasó más debajo de lo normal. Como a los 15 minutos llegó un vecino que vive como a cinco cuadras y nos dijo que se cayó un avión. Pensamos que estaba loco. Salimos al patio y vimos las llamaradas. Había caído y se había incendiado. Mi papá agarró la camioneta, fueron a ver y se había incendiado. Fueron a avisar a la Policía. Cuando llegaron a Crespo pasó algo medio gracioso porque la Policía no les creía. El patrullero vino al campo para ver si era cierto. Desde acá llamaron a los bomberos de Crespo. Pero el avión había dado nota que venía con problemas. Los de la Base Aérea de Paraná ya venían en camino. O sea que los bomberos de Paraná llegaron primero que los de Crespo y pasaron por mi casa. Tenía 10 años y me acuerdo como hoy, bomberos, ambulancias, policías, militares. Me quedó en la mente hasta hoy. Empezaron a recorrer el campo buscando cuerpos. Habían encontrado 12 y una bebé. Incluso un bombero, la noche estaba oscura, pensó que era una muñeca y era una beba verdadera. El bombero la movió y cuando se dio cuenta que era un bebé, lo agarraron. Buscaban dos cuerpos más, porque habían dado la nota que habían subido 14 pero dos habían perdido el vuelo en Buenos Aires. Durante toda la noche buscaron a esas dos personas hasta el otro día que llegó la novedad que habían perdido el vuelo. Pero fue una noche realmente trágica, eso pasó a las 21 y estuvimos hasta las 5 am recorriendo y buscando, mi padre y mis hermanos”.
“Había que juntar todo lo que había. Explotó y tiró tantas cosas. Si veías de día debe haber sido una bola de fuego y humo que desparramó todo. Estuve en tanto accidentes pero nunca en algo así ni pude pensarlo. Apagamos enseguida eso. Había vecinos que decían que estaba el hombre adentro, el piloto, y gritaba. El fuego se apagó rápido porque como el avión se desarmó, quedó ese pedacito y después se trabajó enseguida para sacar el piloto, pero no teníamos herramientas como tijeras, expansores. Era uno no más y no pudimos hacer nada, falleció el pobre hombre no más”, agregó Jumilla.
Smith describe la situación: “La cabina quedó como a 80 o 90 metros. Quedó toda retorcida, sin fuego. Uno de los pilotos quedó atrapado. Se escuchaban los gritos de la calle que está como a 200 o 300 metros. Se escuchaban los gritos del piloto que pedía por favor que lo saquen, que tenía las piernas atrapadas. Con el tractor y la ayuda de los bomberos pudieron mover la cabina y estirarla para sacarle las piernas y llevarlo a la clínica donde vivió dos o tres horas y falleció. Una de las otras chicas que estaba viva tenía como 19 o 20 años. Estuvo con respirador unos días hasta que falleció. No quedó ningún sobreviviente”.
“Sentí que el mundo se me vino abajo”
Sandra Bettoni, esposa de uno de los tripulantes, narra cómo lo vivió: “Esa noche, el accidente fue 21.15 de la noche aproximadamente, en un campo en Crespo. Yo estaba con mis nenas chiquitas, en ese momento tenían 5 y 3 años. Estaba en casa, era un día lluvioso, gris y frío para la época. Yo estaba con una sensación de mucha angustia y no podía explicarme por qué. Pero vivía en ese momento en San Benito, pensé que podía ser que él estaba lejos, que lo extrañaba, que tenía mis hijas chicas. Pero bueno, sentí una sensación de angustia, sin explicación, no podía explicármela. Vivía en ese momento en San Benito. A las 3 o 3.30 de la mañana, me golpean la puerta. Cuando abrí estaba una señora amiga. Le vi la cara desfigurada y con mucha tristeza. Entonces le dije ‘no me digas que Tito se murió’. Lo presentí. A partir de ahí, la vida te cambia completamente. Para mí fue el peor momento de mi vida”.
“Yo tenía 25 años y mi esposo 29 y sentí que el mundo se me vino abajo. Durante unos días, un mes, dos meses realmente no sabía si quería seguir viviendo o no. Fue duro y difícil. Mi esposo era de Córdoba, su familia es de allá. Actualmente ellos siguen siendo mi familia y la familia de mis hijos así que ellos estuvieron mucho conmigo, también estuvo mi familia, la Fuerza Aérea también estuvo apoyándonos, acompañándonos mucho. Llegó un momento que sentía que no quería seguir viviendo más pero dije que ‘no, mis hijas me necesitan, tengo que seguir viviendo’. Hubo mucha gente que estuvo al lado mío, gente que me ayudó a salir de ese momento muy difícil y lo fui procesando. Un duelo tiene muchas etapas, lleva mucho tiempo. Mis hijas eran muy chiquitas y necesitaban una madre doble”, sintetiza.
“Cuando pasás por una situación límite hay dos caminos que los ves bien claro: sigo adelante o me quedo acá. Eso me llevó un mes, dos meses hasta que dije ‘no, seguimos adelante, mis hijas me necesitan doble y ellas necesitan tener una vida lo más feliz que se pueda, sin rencores, sin odio, aceptando el destino. Para mí, lo que nos pasó fue el destino, fue lo que nos tocó vivir. De alguna manera siempre tratamos de que él esté presente, con nosotros, con ellas, ya sea desde algún lugar protegiéndolas, nombrándolo, teniendo su recuerdo. Ellas tienen mucho de su papá también, así que vive en ellas de alguna manera”.
Víctimas fatales del Guaraní: comodoro Alfonso Ruggero, jefe del grupo Aéreo II; Natalia Ruggero; comodoro Miguel Ángel Arques, jefe del grupo fotográfico; Alejandra Rita Arques; Capitán Alberto Eduardo Carreras, con destino en la escala superior de Guerra Aérea; Capitán Gerardo Alberto París; Primer teniente Sergio Fernando Pin; suboficial auxiliar Roberto Omar Martínez; suboficial auxiliar Víctor Emilio Pereyra; cabo principal Robín Darío Vedia; Marta Virginia Carmen Quintana de Echavarría; María Cecilia Echavarría.
El Cessna de LAER
El avión Cessna de la empresa LAER (Líneas Aéreas de Entre Ríos) decoló de Aeroparque a las 19.05 del viernes 2 de junio de 1995. Iban siete personas, entre ellas algunos de los flamantes empresarios que habían adquirido la firma en esa etapa casi final del Gobierno de Mario Moine. El empresario Raúl Schwartztein que venía en el Cessna, era la cabeza visible del grupo. Su socio, el abogado Héctor Krochik, había permanecido en Paraná. Esa semana, habían firmado el traspaso de la empresa estatal.
El avión cayó a los tres minutos sobre aguas del río de La Plata. Un empleado de vigilancia de la dársena F del Puerto de Buenos Aires fue quien avisó de la situación. A horas del hecho, se conocería que había un sobreviviente, Ricardo Romanelli, oriundo de Capital Federal, a quien el empresario Schwartztein había designado como gerente general.
“Despegamos a las 7 de la tarde de aeroparque, una noche de sudestada, mucho frío, mucha lluvia. Íbamos siete, el piloto, copiloto y cinco pasajeros. Volamos no más de cuatro o cinco minutos e impactamos contra el agua. Lo único que me acuerdo es una voz que me dijo ‘señor, abra la salida de emergencia’. Y en ese momento me di cuenta que estaba sentado al lado de la salida de emergencia, que es un ojo de buey. Después me enteré, por las autopsias, que todos habían muerto ahogados desmayados, con lo cual nunca supe de dónde venía la voz, pero la escuché”, dijo al programa David y Goliat (TN).
“Tenía pánico. Le pedía a mi madre que me sacara de ahí. Le pedí a Dios que me ayudara. En un momento me dejé ahogar porque estaba muy cansado. Me entregué, con lo cual tuve mi primer encuentro real con la muerte. Y dije ‘no le puedo hacer esto a mis hijos, tengo que tratar de salir como pueda’. En ese momento me di cuenta lo que tenía que hacer para sacarme el calzado. Me lo saqué y dije ‘me salvé’, pero todavía no había empezado a nadar”.
Romanelli nadó más de 1.500 metros pese a sus antecedentes de hipertensión, que hacían diariamente que estuviera medicado. Llegó una hora después a un restaurante de Punta Carrasco donde lo socorrieron los mozos. Lo envolvieron en manteles y lo ubicaron cerca de la parrilla para compensar la hipotermia. Después se sabría, según el acta de la Prefectura Naval, que el avión cayó a una distancia de 1700 metros.
“No hubo sensación de caída, no hubo nada, el avión había despegado. Estaría a 300 metros de altura o un poco menos cuando empezó a vibrar. Creo que lo que pasó es que viraron mal, con la nariz mirando para abajo y el avión pegó contra el agua”, manifestó el 8 de diciembre de 2016 a Telenueve Central.
Dos personas de Paraná no pudieron ser parte del vuelo del Cessna, pese a la correspondiente reserva. Uno fue el ex ministro de Salud, Augusto Ramos; el otro fue el ex funcionario Raúl Rico. Ramos falleció al poco tiempo en un accidente en la ruta.
“Ese viernes fatídico para Entre Ríos. Yo en esa época estaba cumpliendo tareas o funciones en ATC. Por lo cual viajaba de Paraná a Buenos Aires todos los lunes y volvía todos los viernes. Ese viernes, como siempre, llama mi secretaria para reservarme el pasaje de LAER y con una sorpresa que le dicen que ese día no había lugar. Estaba completo porque había cambio del sistema a privatizarse en ese momento la empresa y no había lugar. Mi secretaria hace el reclamo y le dice ‘pero cómo si mi jefe viaja todos los lunes y viernes en LAER hace dos años. Le dijeron que no había. Entonces mi secretaria me sacó pasajes para volar a Santa Fe en Austral que era media hora después. Ese mismo día a la tarde, de LAER la llamaron a mi secretaria para decirle que sí, que había lugar para que yo vuele en LAER a Paraná. Mi secretaria estaba molesta, enojada y sin decirme nada a mí, les dijo que no, que no iba a ir con LAER, que iba a viajar con Austral. Yo ni enterado. A la hora de aborde de Austral, en Aeroparque, subimos al avión. Recuerdo que en ese momento, viajó al lado mío Miguel Del Sel. Cuando íbamos a salir, el avión va a la pista para el lado del despegue y nos hicieron esperar como media hora. Preguntábamos qué pasaba, porque nos hacían esperar, y nos dijeron que había un problemita con otro avión, ya despegamos. Efectivamente, a la media hora, despegamos y quedamos con la intriga de qué había pasado. Cuando bajamos en Santa Fe, preguntamos y nos dijeron que sí, que había salido de Aeroparque y en frente de aeroparque había caído un avión de LAER. Te imaginás lo que fue para mí, que yo era un asiduo viajero por LAER. Así que con toda la tristeza subí al auto, me estaba esperando uno de mis amigos. Y cuando salí del Aeropuerto, me acuerdo que el primer llamado que recibí. Atendí el teléfono y me dijeron ¿estás vivo? Él, Jorge Busti, todos. Busti fue el segundo llamado. Era la gente que permanentemente estaba en contacto conmigo. Ellos estaban casi seguros que yo había viajado ese día en LAER. Así que bueno, son esas cosas del destino que hoy puedo contar”.
Agregó luego que uno de los pasajeros del vuelo caído sobre el río de La Plata fue Walter Grand. “Mucho tiempo me dio vueltas en la cabeza el accidente. Incluso hasta había gente que no entendía cómo no viajé. Inconscientemente, o conscientemente, siempre le agradecía a mi secretaria. Porque mi secretaria, sin decirme nada, le dijo que no a la gente nueva de LAER y dijo que su jefe viajaría con Austral. Fue el destino”.
Héctor Faggi también rememora el trágico accidente. “El de LAER me afectó mucho porque estaba muy involucrado, no tanto emocionalmente con la gente que no la conocía tanto, como puede haber sido con compañeros míos o amigos que fallecieron en accidentes aéreos. Lo de LAER conmocionó mucho por la situación también que era privatizada y todos estaban con expectativas de cómo continuarían sus trabajos adentro de la compañía. Había dejado de ser funcionario de la compañía y en los medios cuando empezó a salir la información se hablaba de directivos y tuve que salir a decirle a familiares y conocidos que yo no estaba arriba”.
“Los accidentes no ocurren por una sola causa. Lo más duro es la pérdida de vidas y uno siempre piensa cómo se podría haber evitado. Los pilotos miramos los accidentes porque la experiencia que vale es la ajena, para aprender, para conocer. Los accidentes ocurren por una sumatoria de cosas y los pilotos somos el último bastión que puede romper esa cadena de eventos para evitar el accidente. Por eso se culpa al piloto, porque puede romper. Generalmente cuando volamos, en un 30 o 40 por ciento estamos rompiendo la cadena y evitado accidentes”, evalúa.
“Tuvimos resiliencia”
Gastón Grand, hijo de Walter Grand fallecido en el accidente, recuerda: “Días previos fueron sucediendo una cantidad de indicios. Parece mentira o será uno que los va concatenando. Después de la muerte de mi abuelo, un par de años antes, mi viejo estaba emocionalmente distinto y se volvió más reflexivo. Había hecho una introspección mayor y buscaba algún tipo de diálogo con nosotros, la familia, diferente. Eso fue una etapa después de la pérdida del padre. Fueron dos o tres años antes. Escribió una seria de cosas, poesías muy lindas. Pero unos días antes (esta es mi lectura, mi sentir) me dijo que tenía cuestiones de papeles, de impuestos, cosas de orden que uno habitualmente no hace porque piensa que no se va a morir nunca. Evidentemente, la pérdida del padre había generado eso de no sentirse eterno. Y ese día particularmente, a la mañana arranqué con una emocionalidad negativa. Hacía música y tenía un dúo con el que tocábamos viernes, sábados y domingos. Acababa de recibirme. Mi viejo alcanzó a entregarme el título. Esa mañana, un viernes, me levanté muy decaído. Pasé en la camioneta por casa a saludar. Mi viejo venía de Buenos Aires ese día y a mi casa estaba invitado a cenar el ex gobernador Mario Moine, que ya estaba en casa. Cuando pasé, vi una persona parada. Supe instantáneamente que algo le había pasado a mi padre, no sé por qué, pero recuerdo que le dije a esa persona ¿qué le pasó a mi viejo? Ahí me enteré. Entré y en mi casa había una conmoción y justo estaba el ex gobernador en mi casa. Así que tenía la información al instante que le habían avisado. Desde ahí cambiaron nuestras vidas”.
“Cuando supe que había caído al agua dije ‘bueno, había oscurecido de golpe y pensé que tal vez podría llegar a estar flotando, a la deriva’. Obviamente mi viejo no era una persona que estuviera en un estado físico bueno, no era deportista, no es que estaba mal físicamente. Pero no era como para que pudiera nadar una cantidad de kilómetros. Yo sí estaba híper entrenado en esa época y pensaba que uno podía llegar a soportar cualquier cosa. O uno se aferra a determinadas cosas y además era lo que quería transmitir en ese momento. Yo soy el más grande de cuatro hermanos. A la más grande le llevo 11, así que la más chiquita tenía 7 u 8 años en ese momento. Creo que fue una forma de contagiar esa esperanza. Se hicieron largos esos días. Estuvimos llenos de afecto, rodeados de amigos que nos visitaban y ayudaban a pasar el tiempo. Fueron cuatro días que no aparecía la aeronave. Hasta que finalmente fue el desenlace y los cuerpos estaban adentro del avión, y demás”, cuenta.
“Mi vida cambió instantáneamente. Mi madre tuvo que hacerse cargo de todo. Tenía 26 años pero mis hermanas eran chicas, tenía dos adolescentes y una niña. Fueron épocas difíciles. Por suerte, todos salimos adelante. Creo que también nuestra propia formación. Mi viejo era una persona muy emprendedora. Tenía una charla y ya estaba viendo qué podía hacer y qué iba a armar. Automáticamente se enganchaba y estudiaba y apostaba al futuro. Eso también le generaba algunos problemas, quedaron una serie de descubiertos en el banco y demás que fuimos afrontando en el tiempo. Todos salimos adelante. Yo ya me había recibido, pero después se recibieron mis hermanas. Yo lo veo hoy y digo, siendo padre, al tiempo empecé a entender un poco más a mi vieja, el sentir de mi madre, sola con cuatro hijos, tiene que haber sido muy difícil. Ella había pasado una etapa muy difícil cuando en el proceso mi viejo estuvo preso casi un año, donde éramos tres no más, y fue una etapa muy difícil. De esas circunstancias tan fuertes a esta otra, esta última lo superó ampliamente. Evidentemente hemos tenidos esa resiliencia”.
Víctimas fatales del LAER: Hugo Francés (piloto); Claudio Gamarra (copiloto); Raúl Schwartztein (presidente de la empresa); y los pasajeros Walter Grand, Luis Jorge Gatcher y Jorge Ardíssono. Roberto Romanelli fue el único sobreviviente. Tras el impacto sobre las aguas, nadó alrededor de 1.500 metros hasta llegar cerca de Punta Carrasco, a metros de la cabecera sur del Aeroparque Jorge Newbery.
El Fokker de Mendoza
Seis años después, otra tragedia aérea también enlutó a Paraná. Fue el 17 de mayo en que cayó en Mendoza, el Fokker F27 de la II Brigada Aérea, cuando regresaba a la capital entrerriana. Fallecieron cinco personas en ese 2001. El Fokker inició el carreteo para el decolaje desde la IV Brigada Aérea, con asiento en El Plumerillo (Mendoza) y segundos después de despegar con dirección a la cabecera Norte, comenzó a fallar uno de los motores turbo hélice.
La aeronave se desvió levemente de su línea de decolaje y el piloto no pudo realizar un aterrizaje de emergencia. Con la avería declarada, el avión no alcanzó a elevarse más de 20 metros, realizó un brusco viraje hacia el Este y cayó de trompa en un descampado que está situado a unos 300 metros de la cabecera de pista, a unos 500 metros de la Ruta Nacional 40 y a unos 12 kilómetros de Mendoza capital.
Las grandes llamaradas y el humo negro provenientes de dos explosiones sucesivas del bimotor, se vieron claramente desde la ruta 40 que comunica Mendoza con San Juan. El avión, que había participado del puente aéreo durante la Guerra de Malvinas, cayó cerca de un basural clandestino que es frecuentado por linyeras, que buscan elementos de valor entre los residuos.
Los cinco ocupantes del Fokker F27 se encontraban en la ciudad de Mendoza para cumplir con un vuelo ordenado por la superioridad, según indicó la Fuerza Aérea Argentina en un comunicado oficial. La nave cayó ante la mirada atónita de una gran cantidad de periodistas que se habían congregado en la aeroestación local, para recibir al gobernador mendocino Roberto Iglesias que estaba a punto de arribar, procedente de Buenos Aires ese día.
Víctimas fatales del Fokker: el comandante de la aeronave, capitán Fernando Dámaso González; el copiloto, primer teniente Claudio Germán Vellenich, y los mecánicos aeronáuticos, suboficial principal Ramón Alfredo Ortiz, suboficial principal Anselmo Alfredo Abasto y suboficial ayudante Alberto Ramón Olmedo.
El Learjet de Bolivia
Cinco años después, otro avión de la Brigada Aérea de Paraná cayó en Bolivia. Fue el 9 de marzo del 2006 y fallecieron seis tripulantes de la Fuerza Aérea. Era un viaje oficial para prestar ayuda humanitaria. Llevaban medicamentos y prestaban servicio médico. Habían trasladado al ministro de Salud, Ginés González García, en pleno gobierno de Néstor Kirchner, que a último momento no subió al Learjet para regresar a la Argentina, sino que ascendió a otra máquina.
El avión de Paraná se estrelló pocos minutos después de haber despegado del Aeropuerto de El Alto, cerca de La Paz. La aeronave había demorado su retorno por problemas técnicos. Ya en Bolivia, el piloto del Learjet comunicó a González García que habían tenido un problemita en el instrumental, que no que nada grave pero tenían que esperar a que les enviaran el repuesto. Después el capitán Franco advirtió que no creía posible regresar ese mismo día.
A las 15.27 decoló el Learjet. Debía hacer su primera escala en Santa Cruz de la Sierra pero no pudo mantener la altura y a los cinco minutos se precipitó a tierra, a 35 kilómetros al Oeste de La Paz. El accidente se produjo cerca de la localidad de la ciudad de Kallutaca, en el Altiplano, en un lugar de difícil acceso a 3850 metros del nivel del mar.
Según contaron en esa oportunidad los testigos, antes de caer la nave registró una fuerte explosión. “El avión se ha desintegrado por completo, en un área de 2 kilómetros en la que se han diseminado las partes”, informó el vocero de la Fuerza Aérea de Bolivia, coronel Jonny Vera. Los seis ocupantes murieron en el acto.
Víctimas fatales del Learjet: capitán Fernando Javier Franco, de 35 años, nacido en Capital Federal; teniente primero Matías Norberto Simonetti, 30 años, oriundo de Buenos Aires; suboficial principal Juan José Otero, 47 años, de Gualeguaychú; suboficial ayudante Jorge Horacio Peralta, de 38 años, San Benito (Paraná); suboficial ayudante Enrique César Ricardo Aimino, 37 años, nacido en Río Cuarto -árbitro de fútbol en Paraná y padre de un hijo de cinco años-; y el suboficial ayudante Javier Amílcar Brondi, de 36 años, oriundo de Tabossi.