El último adiós

Darío Zarco
(desde Primera Línea de Resistencia, especial)
El vacío que dejó el fallecimiento de Amanda Mayor sigue despertando tristezas y honda consternación en todos aquellos que de alguna u otra manera tuvieron la posibilidad de tratarla, y que se refleja en las variadas muestras de afecto que la noticia despertó. ANALISIS reproduce una nota publicada el domingo último por el diario Primera Línea, de Resistencia, en la que una vez más se resaltan los valores de una eterna luchadora que en su sentimiento cristiano ha podido, por fin, reencontrarse con su hijo desaparecido.
Hay cosas que por anunciadas, algunas con más antelación que otras, no dejan de sorprendernos. Esta sorpresa se relaciona íntimamente con el deseo de que algunas de esas cosas no sucedan, aunque esto sea inevitable; y una vez ocurridas, irreversibles. En esa carrera por eludir lo que de todos modos pasará, muchas veces, el triunfo está representado porque el resultado definitivo se dé más tarde que temprano. Sin embargo, hay otras en las que, pase lo que pase, la situación de triunfo no es menor. Estas oportunidades son aquellas en las que lo sustancial, el contenido, supera a lo superficial, la forma. Todos conocemos gente que ha muerto, pero no todos podemos recordar lo trascendente que han sido en vida.
Las formalidades dirán que Amanda Mayor falleció el martes 7 de junio de 2005. Sin embargo, los que la conocimos, tenemos que esforzarnos para creer que ha muerto, y no porque nos parezca una circunstancia injusta, sino porque su presencia va más allá de lo físico. En lo cotidiano, su fortaleza era muestra sobrada de que morirse no era una de esas cosas que fuera a pasarle a ella y, de pasarle, que la trascendencia de su muerte fuera a prosperar. Habrá quienes creen que finalmente pasó, pero aquí estaremos los mismos de siempre insistiendo en que Amanda no era la vieja que todos conocimos, sino que es todo aquello que hemos podido aprender de ella; y eso no se muere, por más empeño que se ponga en matarlo.
Nadie está exento de dar un mal paso
Este, aunque parezca el último, es sólo uno más de los pasos a los que su corazón ya estaba acostumbrado. El camino entre la vida y la muerte le fue descrito infinitas veces desde aquel: “Lo conseguiste flaco, te escapaste”, que pronunciara inocentemente cuando los comunicados oficiales decían que su hijo Fernando se encontraba prófugo -hasta hoy desaparecido- después de la Masacre de Margarita Belén, donde fue fusilado. Esos pasos se repitieron hasta un tiempo atrás, cuando el corazón le gritó que podía encontrarlo y el mundo entero se concentró para ella en un renglón del libro de inhumaciones del cementerio de Resistencia, que le mostraba la primera luz, un pequeño: NN.
Un aliento de victoria
El 28 de abril, la sentencia de un tribunal ad hoc devolviéndole la competencia al juez Federal de Resistencia, Carlos Skidelsky, y la inmediata orden de detención para los primeros 10 militares implicados en la masacre, fueron el aliento más fresco para su salud debilitada y el motivo que le pudo haber significado, quizás, que su vida haya llegado hasta el último martes. Por supuesto, con el soporte irremplazable de su tozuda lucha.
De esa lucha nos hemos valido todos, tanto que la Justicia le ha quedado debiendo y hasta el propio juez sintió el alivio de saber que la noticia la encontró lúcida y peleando, como si fuera el primer día. Aunque la batalla esta vez era otra, sabemos que sus fuerzas estaban orientadas a ponerse de pie para seguir peleando y que lo letal de cualquier enfermedad no bastaría para doblegarla. Su hambre de justicia y verdad y la necesidad de reencontrarse con su hijo eran su objetivo, todo lo demás, empezando por su propia vida, apenas eran la herramienta para lograrlo.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)