El desafío apasionante del periodista

Luis María Serroels
(especial para ANALISIS)
Este domingo se celebra el Día del Periodista. Una fecha que siempre invita a la reflexión y convoca al balance desapasionado y generoso, en medio de una labor que desde hace más de tres décadas dejó de interrumpirse en esta jornada. Pero ello no obsta para reafirmar conceptos, especialmente en estos tiempos en que ejercer esta bendita profesión implica correr riesgos y sufrir incomprensiones que se traducen en persecución, intolerancia, discriminación, segregación y hasta amenazas, que buscan torcer la voluntad y decisión de comprometerse con las grandes causas.
Pareciera que pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa va quedando sometido a una concesión graciosa de los poderes públicos, afectos a fijar reglas de juego amoldadas a los intereses políticos, donde se establece un nefasto y autoritario régimen de premios y castigos según se dé el alineamiento sumiso o la crítica que incomoda.
Se está asistiendo a una cada vez más creciente mercantilización de una tarea que precisamente tiene como obligación básica e irrenunciable, el despojarse de todo interés material cuando el rédito implique abdicar de fuertes principios de libertad e independencia. Ser periodista de verdad supone hacer de esta profesión un modo de vida, apartado de toda cotización bursátil y enmarcado en una premisa que define la lucha cotidiana: denunciar el mal que se hace y abogar por el bien que no se hace.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)