El negocio de la prostitución que funciona entre Paraná y Santa Fe

El corredor de la trata

Edición
1040

Juan Cruz Varela

El automóvil se detuvo y de la parte trasera bajaron cuatro mujeres jóvenes.
Se diría que visten de manera provocativa: polleras de no más de treinta centímetros, musculosas, tacos altos. Y caminan en pose de seducción.

En el Fiat Siena de color verde identificado con un letrero de “EXPRESS REMÍS”, así en letras mayúsculas, quedaron dos hombres y una mujer.

Es la madrugada de algún miércoles de un abril cercano, pero la escena se repite desde varios días atrás en la esquina de Avenida Ramírez y Almirante Brown, justo enfrente del organismo recaudador, como una triste paradoja.

María tiene 25 años y vive de la prostitución para poder criar a sus hijos. Cruza a diario el túnel subfluvial a bordo del remís de color verde agua y todas las noches se para en esa esquina o camina por la zona de la terminal buscando clientes, con los que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero. Valeria, de 24 años, y Marina, de 22, desde niñas arrastran situaciones de vulnerabilidad familiar y afectiva, son pobres; no han podido terminar su educación básica formal porque, dicen, debían contribuir a la economía familiar y tampoco tienen trabajo. Jésica, de 17 años, ni siquiera ha alcanzado la mayoría de edad y vive una situación parecida. La necesidad de sobrevivir las empujó a la calle. Son jóvenes, marginadas y vulnerables a la mentira.

La escena transcurre a la vista de todos, en una de las denominadas zonas rojas de Paraná: las cuatro jovencitas, de veintipico (y menos), cruzan la avenida, se paran en la esquina, se muestran, se ofrecen, se venden; mientras los del auto controlan cada movimiento. Hasta que alguien se siente interpelado por la situación.

“En Ramírez y Almirante Brown hay un remís color verde agua de Santa Fe con dos fiolos que están haciendo laburar a gurisitas”, dice un escueto mensaje anónimo que recibió un sargento de la División de Trata de Personas de la Policía en el celular de la delegación.
Pocos minutos tardó el móvil policial en llegar y constatar la explotación a que eran sometidas las cuatro jóvenes.

Las personas en el remís funcionaban como una mini-organización que operaba entre Santa Fe y Paraná, con escaso nivel de profesionalización, pero con una clara determinación de roles: María Cristina González captaba a las mujeres, organizaba los viajes, les daba indicaciones a las chicas sobre cómo ofrecer los servicios sexuales y les propiciaba seguridad; Adrián Rubén Fernández conducía el remís en el cual eran trasladadas las jóvenes y, a la vez, oficiaba de custodio, por una suma de 150 pesos por cada viaje, que estaba a cargo de ellas; y Félix José Godoy era quien ofrecía a las chicas a sus potenciales clientes. Los tres sacaban una tajada de la explotación.

(Más información en la edición gráfica número 1040 de ANALISIS del 2 de junio de 2016)

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