
Manuel Belgrano.
Por José Carlos Elinson (*)
Don Manuel Belgrano, si fuésemos coetáneos lo hubiera tuteado. Es una característica de mi personalidad y para nada una falta de respeto.
Muchas veces han intentado a sabiendas de mi admiración y respeto por usted y su gesta, hacerme optar por usted o por el correntino José de San Martín. Es inútil, no entienden, nunca entenderán.
Los creyentes como usted, fiel devoto de Santo Domingo, saben que Dios trabajó en soledad para dotarnos del mundo y de la vida; pero claro, es Dios, entonces ¿por qué pretenden la exclusividad de la paternidad de estas pampas para usted o para José de San Martín?
Si algo los ha distinguido a ambos fue sin dudas su desprendimiento y el descreimiento de títulos y honores. La consigna fue la Patria, siempre la Patria.
Don Manuel, este 20 de junio se cumplirán 200 años de una vida demasiado breve –apenas 50 años- pero colmada de logros y realizaciones, también de postergaciones y hasta de fracasos.
Esta misiva debió escribirse algunos días atrás, pero usted sabe de las urgencias del periodismo, las ha vivido, nos honra por haberse desempeñado en el oficio cuando era necesario salir a la palestra como siempre en lo que hacemos, sin aviso y sin permiso.
Hay mucho para hablar, doctor. Siempre me negué y seguiré negándome a llamarlo general. Lo suyo fue una entrega, un aporte a la Patria imaginada, pero nunca la renuncia a su condición de hombre civil.
¿Qué fue duro cuando se cargó al hombro misiones militares? Sí, durísimo, pero había que estar allí entre justos y pecadores, entre leales y traidores. Su primo Juan José Castelli también fue un duro y el más cabal intérprete de las intenciones revolucionarias, y San Martín también, pero él había sido formado para eso.
Bueno, me fui un poco de tema pero quería decirle que la Patria que usted imaginó todavía no terminó de consolidarse. No sabe cómo me gustaría leerlo y escucharlo en estos días, con la dignidad innegociable como bandera y El Contrato Social decantando la filosofía indispensable de Jean-Jacques Rousseau.
Doctor, como para empezar a entender algunas cosas de su tiempo, digamos que debemos incluirlo en las huestes de los jacobinos, llamados así por su semejanza al la más radical de la Revolución Francesa.
Ustedes planteaban ya en aquellos años una profunda reforma política, económica y social que acabara con cualquier forma colonial, mediante el autogobierno y la plena soberanía popular.
Junto a usted destacaban Mariano Moreno, Juan José Castelli, y Juan José Paso, profesionales liberales, en su mayoría universitarios y con rasgos anticlericales.
Doctor, quería decirle, fue mucho lo que hicieron por ver florecer la patria que soñaron, y mucho más lo que imaginaron y no pudieron concretar.
Imagínese, usted dejó esta vida en las peores condiciones físicas y económicas a los cincuenta años. Sí, es una edad temprana en estos días pero no en 1820 .Su primo Juan José Castelli vivió apenas 48 años y murió de un cáncer en la lengua, fíjese qué destino el del “orador de la revolución”. El único que los sobrevivió fue Juan José Paso o Juan José Esteban del Passo que llegó a septuagenario.
En fin, creo que como de costumbre me fui de tema pero en mi defensa puedo argumentar que hace tiempo que quiero hablar de estas cosas con usted. Probablemente no le interesen a nadie, o a muy pocos, pero de allí venimos, doctor.
Bueno, mis respetos en la desazón de tanta tristeza Don Manuel y hasta cualquier momento.
(*) Especial para ANÁLISIS.