Panorama

La crueldad, la culpa y el fascismo. Alarmas y pasividad

Edición
1156

No se puede gobernar sin culpa, porque muchas veces las decisiones -aunque bien intencionadas- dejan sectores fuera de los beneficios. Analizados los resultados, aparecerán nuevas determinaciones para equilibrar (si es que prima la búsqueda del bien común). Es -se entiende- el círculo virtuoso que debería intentar el gobernante circunstancial. Lo que no debería existir es la posibilidad de gobernar con crueldad. Si así se hace, es solamente opresión, oprobio, dictadura. Las decisiones que producen daños irreparables no generan respeto, engendran miedo. Y con miedo es imposible avanzar hacia un desarrollo armonioso con paz social. Demoler símbolos es, lamentablemente, una muestra de la incapacidad de superar lo que ese símbolo representa y daña por completo la humanidad. En especial la del que manipula la maza.

Por Néstor Banega

Peligrosa deriva hacia el conformismo constituye el asentado y aceptado dicho: “Es lo que hay”. Muletilla. Se repite inconsciente. Novedosa en un tiempo, hay que repensarla, sobre todo, por su remisión a la resignación. Se va colando silenciosamente, pero decanta hasta lo profundo. La apatía frente a determinados hechos genera vulnerabilidad, por eso reaccionar es necesario.

Sentimos la obligación de desgranar otra vez algunos conceptos. Porque los silencios frente al abusos de poder son el apoyo más efectivo con el que puede contar el dañino.

No se puede naturalizar la manía insultadora del presidente Javier Milei y sus seguidores (que potencian con esmero el modo). Ante el reproche de la falta de educación llega de inmediato la indulgencia: “¡Es que él es así!”. Y con eso acaba todo. Un cierre. Un escape. Una irresponsabilidad.

Lamentablemente, la indulgente mirada solo profundiza los desprecios y empuja a la conformación de grupos extremistas que, cada vez con mayor visibilidad, dan rienda suelta a la violencia. Se empieza con palabras, no sabemos dónde termina. 

Habría que reaccionar. Se debe reaccionar. El poder genera el contexto en el que nos desenvolvemos, entonces, si quien gobierna (reiteramos: con legitimidad de origen) hace del insulto la normalidad y esto es aceptado, después será mucho más difícil pedir respeto. La agresión será normal y así, es imposible pedirle freno. Sobreviene a eso un deslizamiento a conductas reprochables.

Los hechos, de cualquier naturaleza, fueron antes pensamiento y palabra. El Poder condiciona las opciones, escribimos tiempo atrás. Vale repetirlo: el poder condiciona las opciones, sobre todo en una coyuntura donde el circunstancial éxito puede envilecerlo al gobernante, empujándolo a un estado de soberbia.

Se suma la literalidad de entendimiento de los ultras (y ultras hubo y hay en todos lados). Un combo peligroso.

Alertas

Los libertarios están a sus anchas. Quizá nunca pensaron que les iba a ir tan bien y muchas veces deliran, aún a riesgo de potenciar las posibilidades de errar en el próximo paso.

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1156, del día 21 de noviembre de 2024)

Edición Impresa