
Por José Carlos Elinson (*)
Porque después viene el después, después vienen los días de “poner la casa en orden”, como hubiera dicho Raúl Alfonsín, y claro, esta no es una columna de futurología, ¿quién puede aunque sea vislumbrar lo que se viene? Pero hay algo que ya está –lamentable y argentinamente- tomando cuerpo en el pensamiento de muchos: el negocio.
Ya se escuchan voces desconfiando de las cifras que oficialmente se dan a conocer en términos de inversiones necesarias para aguantar el temporal.
Probablemente algunos conmovidos por el mal trance digan que me estoy pasando de vueltas, pero días atrás redacté una columna referida a Malvinas del ’82 y los que convivimos con el drama no podemos olvidar que los “solidarios” de entonces se robaron desde las medallitas de oro que donaba la gente para colaborar, hasta la comida que se encontró luego en algunos negocios prolijamente envasada y con cartas de aliento para nuestros soldados.
Siempre decimos con Luis María – a Serroels me refiero-, que la memoria es un bien que acompaña de la mejor manera a los que venimos desde hace décadas contándole a la gente lo que pasa a través de los medios.
No nos olvidamos de las tropelías de Malvinas y mientras el corona avanza sobre la vida de la población mundial estamos pensando en las diferencias monetarias que se les ponen por delante a los que viven de la rapiña.
Con el mismo cuidado, con los mismos recaudos, con el mismo celo que se trabaja para intentar superar el peligro de la mejor manera y con el menor compromiso de vidas humanas, habrá que abocarse como decíamos al principio, a poner la casa en orden.
Recuperar la vida normal, las rutinas diarias y todo lo que hasta ahora fueron sanas costumbres cotidianas exigirá una toma de conciencia que no sé cuántos estamos en condiciones de abrazar.
Cuando digo esto no me estoy refiriendo a tu vecino de la alicaída pero aún vigente clase media, hablo de la población que si antes del drama era careciente y marginal, se le hará notablemente más difícil recuperar lo casi nada con lo que había subsistido (es una manera de decir), hasta que se desató el temporal.
Insisto, no hago futurología, pero si en las condiciones que vivimos, el drama existencial cobra cada día mayor vigencia, no sería aventurado pensar en lo que les espera a los que hace tiempo dejaron de creer y de esperar.
¿Será la famosa ira de Dios? me preguntaba recién un compañero.
No, le respondí, es apenas la reputada estupidez humana.
(*) Especial para ANÁLISIS.