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Vacuna, crisis y legitimidad política

vacuna Sputnik V

Por Rogelio Alaniz

El oficialismo se ufana del informe de la revista británica “The Lancet” a favor de la vacuna rusa. Y lo hace con el tono de quien supone que ha obtenido una victoria importante, cuando no sugiere que el informe más que aprobar la vacuna lo que hace es aprobar la gestión del gobierno peronista.

Sinceramente yo no me ufanaría tanto. Un gobierno que merece ese nombre, un gobierno serio y creíble, no necesitaría del informe de una revisa extranjera para obtener la aprobación política más prestigio académico que disponga. Convengamos que algo anda mal en un país para que la credibilidad de una revista británica sea superior a la credibilidad del gobierno.

¿Es necesario explicarle al gobierno peronista que las objeciones nunca fueron contra la vacuna Sputnik V o el laboratorio Gamaleya, sino contra el estimado camarada Vladimir Putin cuya eficacia como envenenador nos exime de mayores comentarios? Y en todo caso, contra su compañero argentino Alberto Fernández y su compañera de fórmula Cristina Kirchner.

¿Alguien se merece la calificación de “odiador serial” por preguntar sobre la seriedad de una vacuna que no fue aprobada por los organismos de control internacionales? Una pandemia pone a prueba la credibilidad de un gobierno. Esa credibilidad es la que el gobierno peronista rifa todos los días con declaraciones irresponsables, ligeras, manipuladoras y demagógicas.

En homenaje a la historia, la conducta del actual gobierno está muy lejos de aquella noble y valiente Comisión Popular que se constituyó en asamblea pública para afrontar la peste de la fiebre amarilla declarada en Buenos Aires en 1871, una Comisión Popular en la que liberales y conservadores, federales y unitarios, religiosos y laicos se unieron generosamente superando las duras rencillas que los separaban. Los momentos fueron muchos más duros que los presentes. No se disponían de los recursos ni de los conocimientos que hay ahora; no se tenía un diagnóstico de esa peste que mataba sin apelaciones. Y sin embargo, en medio del miedo, el espanto, incluso la impotencia, la sociedad alentaba la certeza de que los mejores hombres de la ciudad, los más íntegros y comprometidos, los primeros en arriesgar su vida, estaban al frente de la crisis y eso era importante, muy importante en una ciudad arrasada por la peste. Esa legitimidad, ese coraje, esa estatura ética y moral es la que me temo que hoy está ausente o por lo menos no está a la altura de la crisis.

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