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Clavos y martillos

Clavos y martillos

Por Antonio Tardelli (*)

Bien se afirma que todo le parecerá un clavo a quien disponga de un martillo como única herramienta. Pensar que eso de ahí es un clavo puede ser diagnóstico eficaz o resignación pura: tengo un martillo como única opción y debo emplearlo sí o sí.

Si no es diagnóstico certero, y sí mera resignación, lo que he hecho es construir el clavo; convertí en clavo algo que en rigor es otra cosa.

Viendo gobernar al kirchnerismo, y repasando sus herramientas, no sabe uno si la repetición de fórmulas es la aplicación de un convencido recetario para enfrentar los problemas existentes o si, en cambio, es el resultado de la fabricación de determinados problemas de modo tal de poder operar sobre la realidad según y conforme sus salidas predilectas.

Por momentos da la sensación de que la Argentina no resuelve sus problemas y se enfrenta históricamente a los mismos clavos.

A veces pareciera que los gobiernos sólo pueden operar sobre la realidad de una manera única, lo que les exige seleccionar y amplificar algunos de los muchos problemas que podrían merecer su atención.

Las ultimas horas del gobierno, a tenor de lo que públicamente declara el Presidente de la República, transitan por terrenos conocidos.

Uno de los problemas a los que se enfrenta es, en lenguaje oficial, la mesa de los argentinos.

Otro, la criticada inoperancia del Poder Judicial.

Para enfrentar al primero piensa en el incremento de las retenciones o en el establecimiento de cupos de exportación.

Para el segundo, en una una reforma amplia (cuyos detalles no lucen claros) que tendería a revertir el cuadro de descrédito que, según el Poder Ejecutivo, enfrenta por ejemplo la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Retenciones. Un déjà vu.

Operaciones sobre el Poder Judicial. Otro déjà vu.

El clima de la recordada Resolución 125, o la idea de promover la votación popular para seleccionar a los jueces (un verdadero disparate), nos remiten a la idea del eterno retorno.

Del pasado que vuelve.

Del ciclo que, una vez mas, se renueva.

Ello no es necesariamente malo. Ni bueno.

Podemos ir para atrás, cómo no, para tomar impulso.

También podemos volver al mismo lugar para comprobar, dolorosamente, el estancamiento.

La certeza de que no nos hemos movido de un lugar que debió dejarse atrás.

La noción del clavo y del martillo, o sea la idea de la solución única para problemas disímiles, termina convirtiendo a todo en un problema.

Convierte en un problema, incluso, a lo que podría no serlo.

El país y sus actores económicos se lamentan cuando se derrumban los precios de los productos que la Argentina vende al mundo.

Cuando en cambio el precio de esos productos se va para arriba, como ahora, nos enfrascamos en el conocido problema de la apropiación de esa apetecible renta.

Como sea, todo es un problema. Antes y después. En las malas y en las buenas.

Todo termina en conflicto mal tramitado.

Jamás en una ocasión que habilite una política de cooperación.

Y de articulación de intereses.

Por lo tanto, en el ejercicio del conflicto, de la política entendida exclusivamente como un juego de suma cero, los escenarios peores y los más propicios se transforman en malas noticias.

La política argentina reconoce que, pudiendo alimentar a trescientos millones de humanos, no puede darle de comer a cuarenta millones de connacionales.

Ni hablar de hacer las dos cosas al mismo tiempo.

El gobierno pretende administrar el conflicto con la solución que tiene más a mano.

Incrementar retenciones o establecer cupos de exportación son las formas que puede adoptar la decisión del poder público de conducir los vaivenes de la economía.

En teoría, nada mal.

El problema es que las soluciones del gobierno (su martillo) contradicen otros de sus declarados objetivos.

Al desalentar (por cualquiera de esas vías) las exportaciones se priva a sí mismo de las divisas que su sistema económica implora a los gritos.

Es el famoso estrangulamiento del sector externo de la economía.

El gobierno debe optar por soluciones que, como sea, desvisten santos.

La Argentina ha enfrentado grietas históricas. Más generales y más sectoriales.

Hemos asistidos a muchos antagonismos.

Campo versos industria.

Mercado interno versus exportación.

Apertura versus proteccionismo.

Las discusiones de hoy, con la gran grieta partidaria como telón de fondo, también de algún modo u otro terminan recuperando para el presente algunos de aquellos enfrentamientos del pasado.

Nada nuevo bajo el sol argentino.

No lo es, tampoco, la añeja antinomia entre transparencia y corrupción.

O entre justicia e impunidad.

Nos enfrenta a la fea realidad que atravesamos el hecho de que el Presidente de la República, cuando habla de sus ansias de reformar el sistema judicial, debe aclarar que no lo hace para asegurar la libertad de su vicepresidenta.

Todo bastante penoso.

Nada nuevo discutimos.

Será un consuelo alentador, al menos, llegar a determinar si la reiteración constante, si la repetición permanente, obedece a que los clavos con que nos topamos son los mismos de siempre o en cambio al curioso fenómeno de que nuestros incompetentes gobiernos anden todo el tiempo persiguiendo soluciones con un único martillo como herramienta.

(*) Periodista. Especial para ANÁLISIS.

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