Motta, cómplice del silencio

Daniel Enz
En medio de las elecciones, la noticia de su muerte pasó absolutamente desapercibida.
El ex cabo de la Policía Federal durante la última dictadura, Daniel Motta, murió el fin de semana en Paraná y sólo se ganó una necrológica en el sitio web de LT 14, donde lo recordaban como “un buen amigo”, un “buen cocinero de pescado frito” y cantante de temas de Los Tucu Tucu. Quizás no daba para más.
Pero Motta fue más que eso, mal que le pese a muchos de sus “compañeros y amigos” de la emisora estatal que tanto lo reivindicaron sin tener en cuenta su historia.
Motta fue cómplice del silencio de secuestros y desapariciones de personas en Paraná y por ende un farsante como “periodista”, un oficio al cual nunca honró.
El periodismo es apostar a la verdad y Motta nunca lo hizo. Prefirió callar sobre el destino del médico paraguayo Agustín Goiburú, secuestrado en febrero de 1977, tras un operativo conjunto de personal de la Policía Federal, el Ejército Argentino y militares del vecino país, en el marco de la macabra Operación Cóndor, de intercambio de prisioneros entre países limítrofes, en plenas dictaduras. Goiburú pasó horas y horas en la dependencia de la Delegación Paraná de la Policía Federal -un reducto de no demasiado espacio, con no más de 10 habitaciones y dos celdas-, donde cada uno de sus integrantes sabía al dedillo qué era lo que pasaba cada día y más en aquel tiempo. Goiburú estuvo allí previo a su secuestro para ser reconocido por sus captores paraguayos, ya instalados en el lugar casi dos días antes del hecho. Y nadie de esa dependencia -de sus casi 90 integrantes- desconocía el episodio. Es más: varios de esos compañeros de Motta se prestaron para, semanas antes del secuestro, hacer la tarea de “inteligencia” de los movimientos de Goiburú, fotografiándolo cuando salía de su casa o del Hospital San Martín donde prestaba funciones. Cada una de esas fotos figura en los expedientes de la causa judicial y quedaron al descubierto, cuando se abrieron, en 1993, los denominados Archivos del Horror del Paraguay que este cronista observó durante horas en el cuarto piso del Palacio de Justicia de Asunción.
“Algún día te voy a contar todas las cosas que pasaron”, le dijo Motta, en un determinado momento -aunque no hace mucho tiempo- a una inquieta periodista de la emisora estatal. Pero nunca lo hizo. Optó por llevarse el secreto a la tumba. Optó por cumplir a rajatablas esa repudiable actitud corporativa de los hombres de alguna fuerza armada o de seguridad, muchos de los cuales prefirieron llevar a la muerte ese perverso secreto, antes de, siquiera, aportarlo a alguna madre que ya arrastra sus pies al caminar, en la incesante búsqueda de décadas, para encontrar los restos de su hijo desaparecido y tener la dicha de poder darle sepultura y llevarle alguna flor.
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