Un inicio sin sorpresas

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Daniel Enz

Cuando Mirta Cháves habló el martes en el juicio oral y público por el secuestro y desaparición de Fernanda Aguirre muchos se asombraron y preocuparon.

En realidad, la viuda de Miguel Lencina no dijo otra cosa que lo que ha venido denunciando este semanario desde los primeros días de la investigación.

Buena parte de los integrantes de la Policía de Entre Ríos que participaron en la investigación -encabezados por un comisario que aún sigue en ese lugar y que goza de los privilegios del poder político- presionaron, coaccionaron, torturaron psíquica y físicamente a los detenidos como Lencina, Cháves o el propio Raúl Monzón. Pero siempre se siguió para adelante y no hubo investigación alguna en torno a esos movimientos ilegales. Uno de los magistrados del tribunal seguramente habrá mirado para otro lado cuando Cháves señalaba las arbitrariedades que se cometían para que “cantara” algo que querían escuchar o acusara a determinada persona. Lamentablemente, Cháves -cuyo rol, como partícipe del secuestro es absolutamente condenable, más allá de haber sido presa de una persona enferma como su ex marido- no fue más allá en su testimonio. Porque tranquilamente podría haber denunciado las cosas que le hacían a su marido en la celda de la Comisaría Quinta de Paraná, donde apareciera muerto a los pocos días de estar detenido. A Lencina le orinaban y escupían la comida; lo amenazaban todo el tiempo y lo sacaban “a pasear” cada madrugada por vaya a saber qué lugar, para coaccionarlo. Los días y las horas en que era sacado, como así también los números de los patrulleros o hasta el propio responsable policial que lo retiraba, constan en el libro de Guardias de la dependencia policial. Pero ninguno de esos hombres de la fuerza -nunca sancionados siquiera con un día de arresto- fue citado por el juez Ricardo González, cuando estuvo al frente de la investigación por el supuesto suicidio de Lencina.

A Lencina lo llevaron a la muerte en la Comisaría Quinta. Lo arrastraron. Uno no podría decir que lo ahorcaron, porque no se cuenta con elementos científicos para demostrarlo. Pero en esa dependencia policial hicieron todo para que Lencina apareciera muerto. Hasta quizás le dieron el trozo de frazada para ahorcarse, porque siempre fue difícil creer que pudiera cortar con los dientes la tela, cuando hacía escasos días que el odontólogo de la cárcel de Concepción del Uruguay -donde estaba alojado- le había colocado varias piezas postizas.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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