Sube y baja

Pasternak
Es lunes, casi medianoche, y todo parece más triste después que se apagaron las luces de los juegos infantiles en el parque Independencia. Sobre todo el gusano loco. Deberían dejarlo prendido toda la noche para iluminar el espíritu infantil de los insomnes. En la vereda de enfrente, las mesas del restó-bar El Cubanaso están vacías, a excepción de la nuestra y la del dueño, que habla a los gritos por el teléfono que sostiene en una mano, y con la otra manosea felizmente a su novia, una negra de carne firme, acento caribeño y mirada perturbadora que cada tanto viene a traer un platito de maní. Trato de evitar su mirada, por más que ella parece feliz de exhibir sus encantos delante de cualquiera: su novio es un gordo enorme que usa musculosa de fibra, tatuajes y patillas largas. Es la primera vez que venimos; las mesas sobre calle Pellegrini siempre están vacías. En El Cubanaso te rompen el culo con los precios.Una cerveza idéntica a la que ofrecen en cualquiera de los ochocientos bares mejor ubicados de Pellegrini te sale el doble que en cualquier lado. Pero a nosotros no nos importa. A mí no me importa. Fidel renunció y se merece un homenaje, y más cuando hay millones de portadores de maletín escribiendo sus análisis estúpidos y desapasionados en los que se enorgullecen de llamarlo “déspota” o “dictador”, como si alguien fuese a cambiar su opinión por leerlos. Como si alguien fuese a leerlos. Como si opinar fuese importante. Como si la corbata fuese síntoma de algo que merezca ser tenido en cuenta en esta vida. Fidel merece un homenaje, aunque sea triste y pacífico, en una noche así, cálida y húmeda, en un bar solitario regenteado por desertores que te estafan con cada cerveza, y aunque la plata no nos de para tomar más de dos, y aunque las luces del gusano loco del parque Independencia ya estén apagadas, y todo parezca un poco más triste desde entonces.
Salud, dice el dueño, son 28 pesos. Y atrás la negra sonríe. Siempre.