La mirada de los otros

Edición
810

“Hace un par de años, me cambié de casa y me cambié de nombre. La política favoreció un poco mi decisión; en Buenos Aires, la policía me había fichado durante una manifestación y como yo no tenía, a pesar de mis ideas avanzadas, ningún respaldo solidario por no pertenecer a ninguna organización clandestina, me pareció razonable cambiar de domicilio y desparecer por un tiempo. Así que me tomé el ómnibus y me vine para esta ciudad, que en verano se cocina a la orilla del gran río.

Nada incentiva más la reflexión que los viajes. En la noche móvil y ruidosa del colectivo el ojo del viajero sigue abierto, insomne, o alerta más bien, a la música del mundo. Fue en el colectivo, en realidad, que la idea de suplantar un simple acto de autoprotección por cambio radical de identidad, súbita, febril, se me ocurrió. Empezaría otra vida con otro nombre, otra profesión, otro aspecto físico, otro destino. Emergería, con cinco o seis brazadas vigorosas, del mar de mi pasado a una playa virgen. Sin familia, sin amigos, sin trabajo, sin un piccolo mondo antico en cuyo vientre vegetar, el futuro se me presentaba liso y luminoso, y tierno sobre todo, como un recién nacido. Me instalé en una pensión, falsifiqué mis documentos, operé mi transformación física y me conseguí un empleo de vendedor de libros a domicilio. Los diarios me daban por muerto. La policía paralela, se decía, se había encargado de mí. Pero el terror que reinaba no dejaba pasar a la superficie más que alusiones ambiguas.

(La nota completa se publica en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

Edición Impresa