El mito de la minga tierna

Edición
814

Charles Parker

La sospecha de que la “minga” se utilizaba con fines políticos en la provincia surgió durante los días de gloria de Alfredo De Ángeles. En mayo, tal como anunciamos en este pasquín, la Real Academia Española envió una misión de dos notarios para seguir al productor y registrar sus declaraciones a los medios, con el fin de estudiar el dialecto que hablan los paisajistas. A lo largo de su pesquisa, los veedores pudieron confirmar que el idioma que se habla en la provincia es una especie de castellano retorcido como el culo, y descubrieron que la popularidad de De Ángeles no provenía del contenido de su retórica –que traducida al español más bien carecía de sentido–, sino de la utilización de la palabra “minga”.

La primera vez que la usó, detallaron los investigadores, fue el 18 de junio de 2008, después que la presidenta anunciara el envío del proyecto de retenciones a la legislatura. “¡Minga vamos a aflojar!”, dijo De Ángeles, chupando un escarbadiente, y el efecto simbólico de esta expresión, que es como decir “¡La pija vamos a aflojar!” pero de súper buena gente, como de gaucho que es temperamental, porque así de auténtica es la gente de campo, pero que no se pasa de la raya como se pasaría el Bambino Veira, por ejemplo, si fuera líder de la causa soja, el efecto de la frase, decíamos, fue inmediato, y acaparó el imaginario colectivo. Los medios y los que apoyaban el lock out se prendieron, literalmente, de la simpática “minga” montaraz.

Cebado, como se dice, el productor fue por más, y el 9 de julio de 2008 encabezó una marcha hacia el Senado. “¡Minga nos vamos a arrodillar!”, dijo esa vez, mirando simbólicamente a los legisladores, mientras chupaba un mate de pezuña. La gente decente deliró nuevamente con la picardía y la honestidad de la minga, con el acento minguero de la gente del campo.

(La nota se publica completa en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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