Zuperman, mi héroe

Julián Pasternak
En la plaza queda un banco, uno solo a la luz del sol. Los otros están a la sombra o están ocupados, una persona en cada uno, y cada ocupante mira hacia adentro de la plaza. Nadie habla con nadie, pero existe una comunión tácita entre todos los que vienen a sentarse a esta hora. Es un acuerdo espontáneo, una necesidad primitiva que podría servir de base para un proyecto de país: ir y sentarse al sol a la siesta, unos minutos, y que nadie te rompa las bolas. Las piernas cruzadas, los brazos estirados sobre la madera, los ojos cerrados, la cara al sol.
Ni uno sólo lee el diario. La lógica es impecable: el día es muy lindo, el diario es muy feo. Dan ganas de tirarse de espaldas, en el pasto, con una novia, y comentarle el titular que leímos hoy, como para profundizar el contraste: “Un ladrón se defecó encima al ser detenido por la policía”. En serio loco. Uno se puede reír si tiene una novia y está tirado con ella en la plaza, a la siesta, al sol, pero la máquina de los medios produce como dios, sin descanso, realidades paralelas. No importa si uno cree, porque aquello que tiene efectos muy concretos sobre miles de personas, existe de cualquier manera. Y en el mundo paralelo la gente está indignadísima: en este país, encima que te chorean, los ladrones se cagan encima, ¿podés creer?
Yo no puedo, pero conozco gente que sí. Personas cercanas que viven en un mundo horrible, lejos de esta plaza, a una cuadra, en el bar, en una oficina, en el edificio, donde la gente parece todo el tiempo a punto de reventar de un ataque de presión. Si se ignoran los hechos que producen los medios, el origen de semejante indignación es un misterio. El reinado de la violencia simbólica lo detenta gente que come todos los días, que lee el diario en una mesa de café, que paga patente o al menos tiene un puto home theatre, es así. Uno que va y te dice: “Es como en la guerra, hay que matar a los de primera fila y seguir”, pero ya no te lo dice mientras se cierra hasta arriba el chaleco de polar y prende un cigarrillo, después de comerse una parrillada con papas soufflé en Tía Vicenta. Ahora te lo dice como candidato, en medio de una audiencia con dirigentes ruralistas.
(El texto completo se publica en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)