Un acercamiento a la realidad carcelaria entrerriana

Vivir tras las rejas

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851

Mucho se habla del colapso del sistema carcelario argentino y de las fallas de los programas de resocialización que no producen los efectos deseados en los internos, mientras se suceden fuertes debates sobre su conveniencia, eficiencia y calidad. Las noticias sobre la falta de espacio, el hacinamiento, las malas condiciones de infraestructura y salubridad, son moneda corriente cuando se analiza la vida en los penales. En esta nota de ANALISIS, un pantallazo de la situación en Entre Ríos; las reformas en la estructura edilicia; la vida cotidiana, y una situación particular: la vida de los represores que están detenidos acusados de cometer delitos de lesa humanidad durante la dictadura militar.

Ayelen Waigandt

Pese a la difícil situación que se vive dentro de los penales y a los problemas cotidianos de convivencia, desde hace un buen tiempo, las cárceles entrerrianas no traen a las noticias situaciones de extrema violencia, como el recordado motín ocurrido en abril de 2005 en la cárcel de Coronda, en la vecina provincia de Santa Fe, que terminó con la muerte de 13 internos.

Por el contrario, en las últimas semanas se informó que en Entre Ríos el Servicio Penitenciario brinda la posibilidad a los presos de tener un espacio de trabajo rentado y que los forma en una determinada especialidad laboral.

Es el caso de los talleres de Carpintería y Herrería que hay en la Unidad Penal Número 1 de Paraná, donde finalizó la primera parte de la fabricación de 30 juegos de pupitres para dos alumnos y 60 sillas que serán entregadas a la brevedad al Consejo General de Educación (CGE) para que las incorpore a distintos establecimientos educativos.

Además, gracias a un convenio entre el Servicio Penitenciario y una fábrica de Piedras Blancas, que aprovisiona de yeso y cemento blanco a la cárcel de Paraná, se fabrican tizas destinadas a las escuelas.

También se elaboraron en los talleres 500 barbijos para ser utilizados en la emergencia por la influenza A, los que se distribuyen entre el personal del servicio que lo necesite, los internos y los visitantes. En los talleres de la cárcel de hombres hay un proyecto en marcha para confeccionar los borceguíes que utiliza el personal penitenciario, y en los talleres de costura de la cárcel de mujeres, un proyecto similar para confeccionar los uniformes.

No todo es color de rosa

Sin embargo, la situación en la Unidad Penal Número 2, de máxima seguridad, de Gualeguaychú es bastante diferente. Allí, el 30 por ciento del total de la población carcelaria pertenece a los denominados pesos pesados. Se trata de personas detenidas por cometer delitos aberrantes, como homicidios calificados, robos reiterados a mano armada, asesinato de personal de seguridad o del Servicio Penitenciario bonaerense, asesinato de compañeros de pabellón, violaciones múltiples o violadores reincidentes.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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