El cuerpo que faltaba

D. E.
Esa mañana de septiembre, Liliana Rivas y el cabo Rubén Flores, se vieron por última vez. Fue en el departamento que tiene la familia Rivas, en calle Carbó, en un pequeño edificio, donde también se encuentra una verdulería, a escasos metros de Avenida Ramírez. Supuestamente, el encuentro fue a los efectos de que Flores –que siempre era el que se ocupaba de las tareas de albañilería y de los desperfectos que aparecían en la casa de calle Sosa Loyola- solucionara una pérdida de agua que tenía una canilla y que estaba provocando algún malestar a una vecina. Nunca se sabrá si la reunión fue para acordar alguna otra cuestión.
Ese mismo día, Liliana Rivas acordó con su esposo Enzo ir a cenar, previo paso por el cajero automático del Nuevo Banco de Entre Ríos, sucursal Corrales, tras lo cual emprendieron el tránsito hacia el comedor El Costerito, después de desestimar El Portal, al que siempre acudían. Para llegar a éste último restaurante, había que seguir por Avenida Almafuerte; al optar por el otro comedor, la mujer transitó con su vehículo Honda Fit por Miguel David. Según su relato, fue en la zona de las ladrillerías -o sea, un lugar muy oscuro, donde casi no existe alumbrado público- donde, sorpresivamente, Benedetich hizo detener el vehículo para “subir a alguien que conocía”. Rivas siempre negó que conociera a esa persona; incluso, cuando hizo un retrato hablado, no había demasiadas coincidencias. A más de un mes del crimen, se podría deducir que ese individuo podría haber sido el cabo de Policía Rubén Flores, nacido en Nogoyá en 1962 y proveniente de una familia muy humilde. Tanto él como Carlos María Flores, su hermano menor, siempre fueron albañiles. Instalados en Paraná, en 1996, ingresaron como tales a la Policía de Entre Ríos.
El hombre entró en contacto con la familia Benedetich en el mes de marzo de este año y poco a poco fue ganando confianza. En ese entonces, estuvo varias semanas en la casa de Sosa Loyola 1864 para instalar un yacuzzi en el baño y era llevado casi siempre a la casa quinta donde vivía, fundamentalmente por Liliana Rivas, o bien por el propio ex jugador de básquetbol. Fue en ese marco incluso que trabaron una relación de amistad con el dueño de la casa quinta donde vivía Flores, junto a su esposa e hijas, como cuidadores del lugar. Esa fastuosa casa de fin de semana –de por lo menos 3 hectáreas, con amplias comodidades y ubicada a no más de un kilómetro del acceso principal a San Benito, en un camino vecinal a escasos metros de la ruta, con rumbo hacia Crespo- tiene como dueño a José Félix Esquivel, un cuestionado dirigente del PJ en tiempos de esplendor del menemismo, que llegó a ocupar varios cargos a la vez –tanto a nivel provincial como nacional- y que ahora pasó a ser un empresario próspero de la capital entrerriana, pese a que buena parte de su vida vivió, exclusivamente, de la política. La amplia residencia tiene tres ingresos, un caserón de tejas con numerosas habitaciones, cómoda pileta de natación, amplio quincho y un parque de notables proporciones, con un paredón que se extiende a todo su alrededor, de casi tres metros de altura y con alambrado de púas en todo su alrededor. Esto último tiene una particularidad: no es el alambrado común, sino uno especial, utilizado en las trincheras en las guerras y en las prisiones de máxima seguridad. De hecho, es la única propiedad de tales dimensiones, que se extiende en un radio de por lo menos 10 kilómetros.
Encuentros y relaciones
La relación amistosa entre el policía y los Benedetich permaneció intacta, más allá de la colocación del yacuzzi. Siguieron viéndose en diferentes momentos, pese a que no había trabajos pendientes. Lo saliente del caso fue la actitud del albañil. Al día siguiente de la muerte del ex basquetbolista, el 28 de septiembre, saludó a su mujer y, al parecer, se fue para la dependencia policial donde prestaba funciones. Viajó hasta Nogoyá, donde viven su madre y su hermana, estuvo con ellas y les dijo, antes de partir: “Quizás ahora me van a tener más presente”. La frase sonó rara, pero no le asignaron demasiada importancia.
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