24 de marzo de 1976

Un pasado que interpela para custodiar la memoria

Edición
879

Luis María Serroels
(Especial para ANALISIS)

No olvidar significa no repetir. Pero también supone cerrarle todos los caminos a la impunidad y abrirle cauce a la justicia. Así de simple. No hay posibilidad de restañar las heridas del alma, recuperar la dignidad de ser criatura humana y honrar a miles de víctimas inocentes si no se juzga con las leyes de los hombres, a los hombres que pisotearon las leyes terrenales de los hombres. Y las sagradas reglas de Dios. Más aun cuando las atrocidades cometidas fueron parte de un plan macabro fríamente concebido y sanguinariamente ejecutado con características de genocidio.

Sobrecarga su condición aberrante que ello se concretara al amparo de instituciones señeras de la República y con los uniformes que otrora vistieran próceres íntegros y corajudos que no vacilaron en dar su vida para que la patria naciente se perpetuara erguida ante el mundo.

Dijeron que venían a restaurar el imperio de las leyes y de los derechos humanos y terminaron segando vidas, destruyendo familias enteras y minando las bases económico-financieras de un país cuyo destino hipotecaron a sabiendas, en medio del dolor y la impotencia de la ciudadanía.

No puede haber sido una guerra el secuestrar, torturar, atormentar, asesinar y hacer desaparecer a miles de personas de todas las edades, incluidos niños y ancianos. No puede calificarse como una cruzada por valores irrenunciables del ser nacional o del occidentalismo cristiano (las sotanas en los palcos quizás buscaban legitimarlo), el erigirse en dueños de la vida y la muerte, pero también en propietarios delictuosos de los bienes de sus víctimas, inmersos en la peor de las corruptelas. Qué duda cabe de que se trató de un plan enderezado a aniquilar todo intento de resistencia contra un modelo económico devastador y dependiente, que hizo de la entrega del patrimonio nacional el eje fundacional de un proyecto estrujador de la voluntad de millones de personas.

Entraron al poder por la ventana, con elementos mentores y ejecutores claramente adiestrados y estrategias estudiadas hasta en sus mínimos detalles. Y lo hicieron con la arrogancia de quienes, armas en mano, se creyeron depositarios de seudo mandatos no conferidos por nadie. Con la soberbia de erigirse, como se ha dicho, en amos y señores de la vida, la hacienda y el destino de sus connacionales, instaurando el terrorismo de Estado como una poco sutil herramienta de sometimiento. Todas las libertades, los derechos y las garantías que merece una sociedad civilizada, fueron arrojados al chiquero para imponer un plan de explotación, exclusión social, pobreza y exterminio. Quienes aún hoy insisten en no asociar ese proceso iniciado el 24 de marzo de 1976, con la idea de vender el país al mejor postor y sepultar todo reclamo, es porque han venido habitando en una inmensa nube de flatulencia.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

Edición Impresa