Los Kirchner, sin consenso

Hugo Remedi
Se lo podrá acusar de sincericidio pero no de estar viviendo en otro planeta. Cuando el senador provincial por el departamento Colón, el justicialista Oscar Arlettaz, dijo: “El gobernador Sergio Urribarri tiene una muy buena imagen y si va por la reelección le sirve mucho más al peronismo entrerriano no arriesgarse en una elección atada a la nacional”, dibujó -que no quepan dudas- el escenario más adecuado a la realidad existente.
En efecto, aunque lo quiera negar a grito pelado, el oficialismo tiene absolutamente en claro que arrastrar una elección con los Kirchner a cuestas será, inevitablemente, un doble trabajo.
Hoy por hoy, hay un gran porcentaje de la sociedad -que luego se trasunta en votos- que si bien no ha definido la alternativa a los Kirchner, está en plena etapa de convencimiento de que la hora de la escudería pingüina parece haber llegado a su fin. Sin embargo, falta recorrer buena parte del año en curso y del próximo para desembocar en el veredicto de las urnas. Todo lo que se viene, en consecuencia, es especulación pura, con mayor o menor posibilidad de acierto en cuanto a beneficios y ganancias.
Las encuestadoras a nivel nacional aseguran hoy que la imagen negativa de los Kirchner será difícil de revertir en el tiempo que les queda de gobierno. Otros afirman que el “buen uso” que se haga de toda la plata que anda dando vueltas dentro de la caja negra de la Casa Rosada servirá para persuadir “voluntades inquebrantables”. No como antes, de hecho, pero el poder del aparato sigue siendo importante a la hora de convencer al electorado y ése es el beneficio que más a mano tienen hoy los K.
Y además, no hay que desmerecer que conserva un importante caudal de adeptos de por sí y sin precio que, honestamente, están convencidos del proyecto que los K llevan adelante.
Muchas veces la profundidad de medidas interesantes tomadas por los K perdió valor de fuego detrás de un estilo exacerbadamente bélico y terriblemente divisionista. Lo cierto es que la frontera ya está claramente determinada y dinamitada, unos por aquí y otros por allá, ninguna posibilidad de hallar puntos de encuentro. Para esta versión guerrillera y absoluta de la actual política argentina, unos construyen y otros destruyen, no existe término medio.
Uno puede ir palpando entonces lo que ve en la calle, en el roce social o a través de señales que van delineando un rumbo orientativo apenas y que además tiene que ver con cuestiones específicamente territoriales. Seguramente, las realidades provinciales no sean las mismas ni las comunales tampoco. Es decir, meter todo lo que se juega bajo el mismo paraguas de reciedumbre nacional puede llevar a severas confusiones.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)