Un año después

Antonio Tardelli
Gran parte del periodismo, arrastrado de las narices a una lógica binaria, repica también la idea de que la oposición no ha capitalizado suficientemente los resultados de junio del año pasado. Con fundamentos que abrevan en diferentes sitios –fobia política, rechazo corporativo, discrepancia ideológica–, un sector de los medios esperaba que eso que llamaban oposición asestara al kirchnerismo, uno tras otro, golpes definitivos. Esperaban una suerte de vendetta institucional a (lo que interpretaban como) agravios varios. Se trata de una lectura distorsionada que responde más a los deseos de ciertos observadores que a las posibilidades concretas que ofrece el escenario real.
Fragmentada, la oposición contiene elementos diversos: radicales, macristas, solanistas, cívicos. La oposición que se impuso en los comicios legislativos de 2009 –si es que se puede hablar en esos términos– es la sumatoria, a veces orgánica, de esas parcialidades. Hay entre ellas, en efecto, coincidencias, algunas de ellas fruto del espanto y no del amor. Y hay también discrepancias, sobre todo vinculadas a las procedencias de cada quien. Así pues, esa oposición ha podido coordinar acciones sólidas únicamente en el plano institucional: no hace falta estar de acuerdo en materia de política económica, o de derechos humanos, para coincidir en cuestiones referidas al funcionamiento de los poderes del Estado. El kirchnerismo, que en su primera fase mostró una especial aplicación en los temas institucionales, descuidó luego las formas y con ese proceder le abrió a la oposición un espacio grande donde ha podido converger. Un kirchnerismo respetuoso de lo institucional pondría en severos aprietos a sus adversarios. Lo privaría del único terreno en el que conviven sin conflicto las diferentes alas de lo opositor.
El desencanto con la oposición pierde de vista que son limitadas sus posibilidades de imponer políticas. Suponer otra cosa revela cierta ignorancia acerca del funcionamiento institucional argentino. Para bien o para mal del país, el poder sigue habitando fundamentalmente en la Casa Rosada, no sólo porque la cultura política nacional así lo determina sino también porque en ese terreno las reformas institucionales han sido muy moderadas. Esa verificable certeza confirma que han sido hipócritas los discursos en favor de un sistema parlamentario o que han carecido del peso suficiente como para establecerlo. También es cierto que en campaña, en la búsqueda a veces arrebatada del favor popular, los dirigentes opositores, al reclamar el voto, le asignan al sufragio una capacidad de gravitación que excede los acotados efectos de una elección de medio término. En tal caso, es en el pecado original donde la oposición se cava la penitencia.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)