El clarín que, estridente, llama a ser oficialista

Antonio Tardelli
En medio de su batalla cotidiana con “Clarín”, el gobierno se permite otra clase de vínculos con poderosos exponentes del mundo empresario que, sin embargo, no afectan su pretendida imagen de respondón. ¿Qué expresa la fotografía de un directivo de la trasnacional Cargill anunciando al lado de la Presidenta, en Olivos, una suculenta inversión en virtud de la previsibilidad que ofrece el país de los Kirchner? ¿Cómo se compadece el anuncio con la política supuestamente implacable de la administración kirchnerista para con los capitostes del campo?
En el negocio de la división tajante, el gobierno ha establecido nuevos parámetros. Pronunciar la palabra “monopolio”, y añadirle un calificativo crítico, es señal de que adscribe uno a las fobias del Frente Para la Victoria, lo que supone comprar sin protesto la totalidad de sus enemigos. Los Magneto Boys han sido ascendidos a una dimensión política inusitada, que el grupo pretenderá usufructuar a su debido momento y para ello intenta asociar a una oposición que, flojita de reflejos, se deja usar, pero que sin embargo no expresa una catadura moral diferente de la del gobierno. El muerto no está en condiciones de asustarse del degollado en virtud de sus comportamientos pasados en situaciones análogas. No pueden los ahora enemigos de “Clarín” llevar la disputa al terreno en el que se mide el grado de independencia del poder económico.
El gobierno construye enemigos, sus seguidores los hacen propios y cualquier debate serio se frustra, queda trunco, en medio de las peripecias de la batalla. El gobierno se asocia a oligopolios –es la expresión correcta– de prácticas similares a “Clarín” y con su silencio los oficialistas expresan su fuerte dependencia: no objetan al oligopolio que es funcional al oficialismo, ni al gobierno en su rol de asociado, sino que persisten en su aburrida prédica anti “Clarín”. ¿Desde cuándo “Clarín” es el problema más serio de los desheredados de la Argentina? ¿Qué onda la banca? ¿Qué de las mineras? ¿Qué tal las cerealeras? Menos Clarín y más Cargill, se puede recomendar.
Así las cosas, las posturas extremas, establecidas a priori, empobrecen las discusiones. Las reducen a una puesta en escena encaminada a un final anunciado.
Tal es el riesgo que insinúa el funcionamiento del Consejo Provincial de Políticas Comunicacionales, inaugurado recientemente. Su puesta en marcha constituye una decisión acertada. Es elogiable la decisión de generar un ámbito que dote a las instancias administrativas de informaciones y opiniones susceptibles de contribuir a la implementación de políticas adecuadas. Aún con el riesgo que supone la conformación de estos ámbitos, que por lo general deben vencer cierta tendencia a la inmovilidad, siempre será preferible que existan instancias que arrimen a los funcionarios las inquietudes y preocupaciones que el poder político, por sus indelegables potestades, debe atender. Pero el acto de lanzamiento, que contó con la presencia del presidente de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, Gabriel Mariotto, transitó por el a la vez previsible y decepcionante terreno del ditirambo. Es, sí, lo que se puede esperar de los representantes gubernamentales. Pero una voz que podía permitirse aunque más no fuera el delicado atrevimiento de la sugerencia, la del Foro Popular de la Comunicación, terminó expresando una sintonía absoluta que, en los hechos, la anula. Tamaña adhesión la priva de su razón de ser.
(más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)