La UCR entre las alianzas y su incierta vocación de poder

Una cuestión de temperamento

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931

Antonio Tardelli

La negociación de la UCR con sus aliados, básicamente con el Partido Socialista, fue el disparador de otra polémica. Se renovaron los desacuerdos hacia el interior de la UCR y era francamente previsible: cualquier cosa que la conducción radical ofreciera a los extrapartidarios hubiera merecido de sus rivales internos una objeción tan cerrada como la que se escuchó en los últimos días. Entiéndase: lo que el radicalismo discute por estas horas tiene poca relación con los términos del acuerdo anunciado la semana pasada. Pagando con su incertidumbre actual el abandono que protagonizaron en los últimos comicios partidarios, los sectores enfrentados al candidato a gobernador Atilio Benedetti y a la conducción provincial que le responde juegan ya abiertamente a la acumulación interna, pretendiendo sumar desde la diferenciación, o a la derrota electoral de octubre. Suenan cada vez menos creíbles las mediáticas promesas de fidelidad que acompañan las críticas. En ese terreno, los cuestionamientos de algunos dirigentes a los resultados y al manejo mismo de la negociación con los socialistas, aun cuando sean atendibles, apenas si esconden el fastidio por un escenario que los relega a un segundo plano.

Es cierto que los espacios entregados al socialismo resultan indigeribles para muchos radicales que, en momentos en que aguardan expectantes la confección de las listas, comprueban lo redituable que es controlar un partido menor que negocia con astucia su potencial aporte, explotando las necesidades del socio principal. Tiene fundamento la crítica que propios y extraños, susurrando o a los gritos respectivamente, hacen oír respecto de la cesión de lugares que los socialistas terminarán usufructuando aun cuando la experiencia del Frente Progresista Cívico y Social finalice en derrota. Pero, paradójicamente, el saldo de la negociación expresa una decisión no siempre detectable en la UCR: es una apuesta a ganador. Un radicalismo replegado sobre sí mismo, amarrete en la negociación, cuidadoso de los lugares a los que se accede independientemente de la suerte final de la elección, hubiera expresado un aguado e intrascendente conformismo. Hubiera sido una opción cómoda, inocua, manifestación de una limitada voluntad de poder.

El caudal electoral del socialismo, interesante en la capital de la provincia y no tanto en el resto del territorio, justifica el acuerdo si la UCR pretende dejar de ser, como dicen socarronamente sus adversarios peronistas, una organización no gubernamental. Los votos que en Paraná acumula la fuerza liderada por el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, pueden resultar decisivos en un escenario que se presenta incierto. Es verdad que, en la hipótesis de un revés, los radicales asistirán enfadados al juramento de los socialistas que de su mano lleguen a las bancas. Pero tal vez ése, la escasez en la derrota, sea el precio que deba pagar el radicalismo por sus alimentadas expectativas de triunfo.

Los de la UCR y los socialistas se recelan. Tienen coincidencias ideológicas evidentes pero se miran con desconfianza. En el radicalismo creen que los socialistas de Entre Ríos accederán en 2011 a espacios institucionales gracias a ellos como en 2007 lo hicieron merced a un ya olvidado acuerdo con Elisa Carrió. Los socialistas hicieron valer su discreto aporte y con lógica exigieron garantías, en forma de acta, que los pusieran a salvo de los cambiantes humores de la dirigencia radical. La UCR se enoja con la UCR por estar sometida a las exigencias de su aliado pero olvida que hace dos años deshizo bruscamente un acuerdo con los socialistas tras una presión telefónica de Carrió. En política nada es gratis. Los socialistas, aventajados negociadores, creen estar cobrando hoy una cuenta impaga.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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