Prensa, poder, mercantilismo y libertad

Luis María Serroels
(Especial para Semanario ANALISIS)
Nunca ha sido fácil ser periodista, porque el sueño dorado de amordazarlo que suele anidar en la mente de muchos políticos pareciera ser irresistible. Los riesgos siempre habitan en esta profesión y el poder público a menudo encuentra el modo de domesticar medios y someter profesionales que, vulnerando sagrados preceptos, le terminan poniendo cotización a su tarea, como si se estuviera en un mercado bursátil del pensamiento que, por esa vía, deja de ser libre.
¿Cómo sorprende al periodismo esta celebración del 201º aniversario de la aparición de La Gaceta, inspirada por Mariano Moreno? Ciertamente con mucha preocupación no exenta de temor, porque se dan situaciones de intromisión gubernamental que intentan jaquear a quienes no aceptan encolumnarse en la fila de los que claudican y sucumben bajo el poder de las gangas oficialistas. La billetera del Estado es utilizada para subvertir principios y achicar las posibilidades de que se escuchen distintas campanas cuyo tañido enriquece a la sociedad.
Es la prensa en su rol químicamente puro la que posibilita a la ciudadanía sentirse informada con amplitud para ejercer el control de los poderes y no a la inversa como se pretende, empleando para ello vías reprochables que se sirven de la publicidad y otras menudencias como herramientas de premios y castigos (moneda de cambio por servicios prestados).
El éxito alcanzado con estas prácticas repudiables no será otra cosa que la dimensión estrecha de debilitados valores morales en estrepitosa caída que pueda ostentar un mal periodista. Periodista que extravía la ética, todo lo pierde.
El grado de compromiso y coraje de un hombre de prensa que se atreve a expresar lo que a los poderosos les molesta, es lo que sustenta y homologa la existencia dentro de la sociedad de un periodismo con mayúscula. Esa sociedad exige que sea sin censura previa ni sanciones posteriores. Por el contrario, la correlación entre el mensaje tibio y monocolor con la ostentación de bienes materiales, hace aflorar la sospecha. Tras ella, surge la peor amonestación que pueda recibir quien distorsiona y bastardea su misión, que es la desconfianza generalizada. El sayo está disponible.
Hay distintas formas de sojuzgar a la prensa y sujetarla a fines antagónicos con la fuerza conceptual del periodismo sano. La amenaza velada o explícita es una; la promesa de dádivas como contraprestación ante la sumisión claudicante, es otra. Ambas son igualmente repudiables y en sus extremos sus hacedores merecen una similar condena.
El dinero destinado a convertir (por acción u omisión) ciertos periodistas en mansos corderos, no siempre son inversiones útiles para los gobiernos, porque la mirada inteligente de la sociedad no tarda en lavar el maquillaje barato y la maniobra pueril con que se quiere disimular. Si la prensa es adormecida, el pueblo se queda sin el único poder capaz de ofrecer caminos de comprensión en nombre de la Constitución, las leyes de ella derivadas y los pactos internacionales. Estamos frente a un pilar que debe ser incorruptible para sostener la democracia y por lo tanto dispuesto a resistir todo intento por ser destruido.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)