Los efectos locales del posible acuerdo entre la UCR y De Narváez

Un mamarracho a tono con los tiempos

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932

Antonio Tardelli

Y, segundo, porque no es precisamente el oficialismo la fuerza en condiciones de alzar la voz contra las alianzas forzadas. Sus sigilosos pero significativos acuerdos con Carlos Menem o Aldo Rico le complican la crítica. Bien se dice que no se puede combatir durante mucho tiempo a un adversario sin terminar pareciéndose a él. Acaso eso estén experimentando hoy los radicales.

El esquema nacional alteró el horizonte de tal suerte que un pacto de distrito, como el entrerriano, debe ahora ser reconsiderado a partir de la nueva situación. Esta semana, mientras operadores de ambas partes mantenían contactos en Buenos Aires para evaluar si era aún posible impulsar una fórmula compartida, los socialistas de Entre Ríos insistieron en el carácter “permanente” que le asignan a la versión local de su unión con los radicales. Las expresiones sonaron animosas pero no convincentes. Para el radicalismo –donde son multitud quienes en mayor o menor medida dudan de la conveniencia del entendimiento– será dificultoso sostener la alianza aun en una diluida versión local. El radicalismo puede negociar mejor o peor –la conducción se muestra satisfecha, los críticos ponen el grito en el cielo– pero en general es renuente a sociedades que impliquen ceder a un aliado un cargo de portero. No reunirá defensores el acuerdo local en caso de que el socialista Hermes Binner desvincule su suerte de la de Alfonsín. En tal caso, si rompe, la actitud del radicalismo no podrá ser reprochada.

Es cierto que, como hicieron notar los socialistas entrerrianos, desde hace tiempo ambos espacios políticos caminan de la mano en la provincia de Santa Fe, donde en su momento arrebataron el gobierno al peronismo, pese a que ese acuerdo careció de correlato nacional. Es un antecedente, subrayan, aplicable a Entre Ríos. Hay, en total, según añaden, 12 distritos donde suman fuerzas. Que Alfonsín vaya por su lado y Binner por el suyo no quiere decir, alegan, que haya que firmar el divorcio en el pago chico. Saben que difícilmente estén en condiciones de alcanzar por su cuenta lo que sí en acuerdo con los radicales. En ese contexto, más allá de los discursos de circunstancia, están dispuestos a digerir el sapo gigante que representa De Narváez. Es un razonamiento todo cálculo. Difícilmente pueda ser defendido desde criterios programáticos.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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