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Antonio Tardelli
Se lo juzgará, además, por su obra y no por su fastidio mundano. Lo que sí, con su declaración de la semana pasada, el músico se bloquea cualquier posibilidad de intervención futura que no sea la visceral exteriorización de otro estado de ánimo. La política es pasión pero no se agota en ella. La función del hombre político, en cambio, es otra. El dirigente político persigue propósitos de otra índole.
Pidiendo lo imposible, el kirchnerismo imploró que no se considerara a Fito como un vocero oficial u oficioso. El cantante recorrió el mismo camino que el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, que caracterizó al electorado porteño apenas con un poco más de elegancia que el autor de “Ciudad de pobres corazones”. Exhibiendo una postura menos impostada que la de los oficialistas que piensan como él, Fernández merecerá ser elogiado por su sinceridad pero no por sus reflejos. No actuó como debió haberlo hecho: procesando, elaborando, reflexionando. Planteándose preguntas. Ensayando respuestas. El político trabaja sobre la realidad. Sobre ella opera. Hay que cambiarla, modificarla, transformarla; no maldecirla. En tal caso, declara a gritos su incompetencia.
El problema no es Páez, a quien nada debe exigírsele (si se acuerda también, claro, en que a Borges se lo juzgue por sus páginas y no por sus boutades políticas, criterio que también debería alcanzar, por ejemplo, al Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, que en vez de enojarse con el pueblo se enojó con un gobierno, cosa que, aunque desate la furia oficialista, es más valiente). El tema es que Páez expresa una visión fanática que ahí sí debe ser emparentada con los modos kirchneristas de concebir la cosa pública. El asco de Páez, enojado él con quienes prefieren a Mauricio Macri y al Pro y no a la Presidenta y sus candidatos, es incapaz de detenerse a examinar matices. Se pierde en su dogmatismo. Se hunde en su cerrazón. Se extravía en sus anteojeras. Se priva la posibilidad de bucear en puntos de vista alternativos.
Tal vez al porteño medio no le fascinen las facetas de la cultura macrista que con razón detesta el músico. Acaso el votante escogió a Macri, optó por él, porque objetivamente lo deplora menos que a lo que enfrente tenía. Esa forma de razonar, por opuestos, no puede pasar inadvertida para los kirchneristas que, en los contados momentos en que admiten las limitaciones de su gobierno, alegan preferirlo en virtud de un panorama opositor que juzgan desolador. Enorme actualidad tiene, principalmente por obra del espacio gobernante, el pensamiento binario. También se vota rechazando, no sólo respaldando. También se vota por lo que se considera menos malo y el catecismo peronista lo recuerda entre sus máximas. Ignorar el detalle es una forma de fugar del autoexamen. Allí se vuelve endeble la tesis de Fito. Concibe lo propio como inobjetable, inmaculado, perfecto, incomparable. No se considera la hipótesis de que los elogios hacia la gestión puedan ser exagerados. El oficialismo está demasiado conforme consigo mismo y eso constituye un problema. Su visión se deforma. Es implacable con lo ajeno e indulgente con lo propio.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)