Intolerancia y esperanza

Esa verdad que abre caminos

Edición
968

Por Laura Di Marco (*)
(especial para ANALISIS)

Desde que publiqué La Cámpora, a fines de febrero de este año, empecé a sufrir en carne propia (y con una virulencia que nunca jamás había experimentado) la violencia, la agresión, la difamación. El primer termómetro del tembladeral en el que me había metido (por voluntad propia, eso sí) fue mi vecino, Atilio.

Vivo en un PH, en Palermo, en una de esas casas antiguas en las que, hace 60 años, vivían los inmigrantes pobres o sus hijos. De aquella oleada quedó mi vecino, un setentón que aún no termina de captar la idea de que el pequeño edificio ya no es una casa familiar (la suya) sino que arriba de su departamento hay otra propietaria: yo. El pobre Atilio, al que aprendí a tenerle paciencia, me tocó el timbre en paños menores, asustado, y con el adelanto de La Cámpora en la mano.

-¿Y yo que hago ahora, Laura? -me gritó-. Me voy a tener mudar… ¿Y si vienen a romper todo los de La Cámpora? ¿No pensaste en eso antes de escribir?-.
Una semana más tarde, una amiga de la adolescencia, kirchnerista militante (su hija es de La Cámpora), me dejó de hablar “por tu discurso de ‘derecha en TN”, según me explicó en un mail en el que dio por finalizada nuestra amistad de 25 años. No sé cómo llegó a esa conclusión, porque lo único que hace el libro es develar quiénes son los muchachos que rodean a Cristina. Una investigación que, por lo demás, está llena de grises.

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS)

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