Bajarse de la película

Antonio Tardelli
Sería injusto afirmar que la del gobierno nacional es una película de terror. Conoce la Argentina de filmografías sensiblemente peores. Pero el kirchnerismo cree que está para el Oscar. Alta tiene su autoestima o elevadas son sus aspiraciones de reconocimiento.
Pretende que se lo tome por lo que no es. Es, diríase, un gran simulador. O, de lo contrario, se sumerge en una realidad que, fabricada, lo autoconvence al dotarlo de una identidad a medida.
Las recientes elecciones venezolanas, con las que se fortaleció el régimen de Hugo Chávez, el carismático militar socialista, son un ejemplo de ello. Despertaron en la Argentina una fiebre identificatoria que, forzada, no es gran negocio para el gobierno argentino apenas se repara en detalles para nada escondidos. Del sistema bolivariano el kirchnerismo adopta sus deformaciones. Se aleja, al mismo tiempo, de sus visos más rebeldes.
La épica luce descolocada. No se corresponde con el perfil. El kirchnerismo altera todos los almanaques: hace alarde de tics setentistas para ejercer una orientación que, en un mundo bien distinto, ni siquiera es tan audaz como la primavera de los ochenta.
Todo sabe a destiempo. Valentía es hablar mal del monarca cuando el monarca reina y no cuando la guillotina le ha cortado ya la cabeza.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS del 11 de octubre de 2012).