Entre la provocación, el testimonio y el límite

Antonio Tardelli
Desde el llano, la provocación comporta un desafío. Puede incluso ser simpática. Invita a pensar, demuele los esquemas, ensaya una ruptura.
Desde el poder, la provocación es facismo. Un lugar de fuerza debería inhibir los impulsos provocadores. Un hombre público encaramado en el poder estatal, o representando abiertamente sus intereses, por ejemplo desde los medios de comunicación, incursiona en un terreno peligroso si juega a la transgresión sin advertir que en realidad representa el poder constituido.
Ya no hay posibilidades cronológicas de que, en esta dimensión, el kirchnerismo advierta la diferencia. Por comodidad, o por conveniencia, juega a transgredir desde el poder, no en lo que verdaderamente importa sino en el terreno menor de la chicana, de la jugarreta comunicacional, disimulando su envergadura, victimizándose y procurando construir la sensación de que gobierna desde abajo, agobiado por intereses gigantes con los que, sin embargo, en el mundo real negocia de modo continuo.
Síndrome de ex rebeldes, pretender que el mundo se sigue mirando desde abajo y no desde arriba, ocultando lo evidente, esto es, la nueva ubicación de los actores, puede ser un negocio propicio, en el plano amplio de la política, o una salida decorosa en el incómodo territorio de la conciencia personal.
Pero no es un problema de orden psicológico; los poderosos con pasado de outsiders lo pueden resolver en terapia. Se trata de un problema político.
La provocación verbal, desde el poder y sus suburbios, es propia de los facismos.
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¿Qué es una candidatura testimonial? ¿Cómo puede ser definida?
Las candidaturas testimoniales, artilugio socialmente resistido en virtud del engaño que supone, definen la situación en la que un líder político, jefe territorial dotado de atribuciones institucionales en el Poder Ejecutivo, juega su lanzamiento personal a un cargo legislativo cuyo mandato arranca mientras promedia su gestión ejecutiva. Esa visible incompatibilidad temporal revela el carácter simbólico de la postulación. Por lo general nadie abandona un cargo ejecutivo tentado por una banca.
Ampliamente discutidas en la Argentina de 2009, cuando incluso algunos candidatos admitieron su inexistente voluntad de asumir el cargo para el que se proponían, las controvertidas postulaciones testimoniales expresan varios objetivos.
Por un lado, manifiestan el compromiso personalísimo del mandatario con la lista de su partido. Con una candidatura testimonial, el jefe arriesga su propio prestigio, ya sea para evitar una derrota, para acrecentar las chances de éxito o para capitalizar una victoria segura.
Por lo demás, en un contexto institucional de fuerte preeminencia del Poder Ejecutivo, la candidatura personal del jefe de la administración acarrea una exigencia de esfuerzo militante que en forma expresa se formula hacia cada engranaje del aparato estatal. Esto incluye a los subordinados políticos que formalmente no lo son. Es el caso de los intendentes, que, amén de la necesidad de afianzar su peso territorial, por diferentes razones, al no estar en juego espacios institucionales cercanos, podrían sentirse tentados a administrar su esfuerzo.
En definitiva, las candidaturas testimoniales expresan un comportamiento político potencialmente útil para los fines del poder y a la vez marcan un cierto desdén por ámbitos institucionales que funcionan como desechable pretexto para la acumulación.
(más información en la edición gráfica de ANALISIS)