Exige que la Justicia cambie el orden de los apellidos que lleva su hija

Un nombre que diga algo más que el vacío

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Luz Alcain

Que a la niña no la nombren con un sonido sin sentido; que no la interpelen con una voz que no la lleve a ningún lado; que no la invoquen con un conjunto de letras que podrían haber querido decir “papá” y sin embargo no quieren decir nada.

Por todo eso, por mucho más, Laura volvió a los Tribunales. Ya había ido antes. Pero esta vez exige que la Justicia cambie el orden de los apellidos que lleva su hija, Melina, de cuatro años. Pide que primero se escriba su apellido, el materno, que no es sólo el de ella, si no el de una inmensa familia en Paraná y que tiene raíces en un país limítrofe. Pide Laura que después, si, en segundo lugar, vaya ese apellido que descoloca a su hija, el apellido de su progenitor, ese apellido que cuando quiere decir algo alude a una falta.

No es la primera vez que acude al mundo del derecho en busca de certezas a la vida cotidiana. Y le ha sido difícil ser comprendida. La primera vez fue cuando supo que el progenitor de la nena decidió pasar por el Registro Civil y anotar con su nombre a la niña que había debido ser inscripta como hija de madre soltera. Supo también que su apellido había sido borrado de un plumazo. No hubo otros gestos del padre que permitieran que ese apellido, nuevo, se cargara de sentido. Siguió siendo la alusión a nada, a un trámite engorroso.

Según la legislación vigente, la sola voluntad de un varón de reconocer a un hijo de madre soltera, expresada ante un empleado del Registro Civil, es suficiente para que al niño se lo inscriba con un nuevo apellido, el de su supuesto padre, y se le borre el de la madre. Y la autoridad administrativa no está obligada a notificar ni al niño ni a la madre del cambio de nombre. Así, hay mujeres que se anotician del nuevo nombre al momento de tener impedido el cruce de frontera por la falta de consentimiento del padre.

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