Una política que no conduzca al escepticismo

Antonio Tardelli
Está rara la política: ocurren en el mundo sucesos de seguro impensados hace medio siglo. Se suceden en el continente, también, fenómenos que sólo en alguna medida guardan semejanzas con lo que ocurría, tal vez, veinte años atrás. La dinámica de las novedades obliga a los interesados en las cuestiones públicas, sean actores o testigos, a afinar sus instrumentos de observación.
Un sujeto casi desconocido se impone en la primera vuelta de las elecciones de Francia. En la tierra que otorgó significado político a dos referencias espaciales, la derecha y la izquierda, el candidato Emmanuele Macron supera a sus adversarios proclamando que él no es ni una cosa ni la otra. Sobreactuar la indefinición, tanto como cultivar una aureola apolítica, le permitirá ser la herramienta con que el sistema francés cerrará el paso a la derecha más extrema. Es llamativo.
El postulante victorioso se define como social-liberal, caracterización tan válida como cualquier otra aunque en la Argentina una presentación por el estilo apenas si recogería perplejidad. Fue ministro de Economía de un gobierno socialista pero cosechó el 23,9 por ciento de los votos encabezando un partido que no es el socialista. Otra rareza: cuando dejó las riendas de la economía nacional era más popular que al momento de incorporarse al gabinete de Francois Hollande.
Su espacio, surgido apenas un año atrás, no tiene prácticamente plataforma. La prensa dice a menudo que Macron es un dirigente de centro. A veces lo caracterizan como reformista. En su programa escasean, más que cualquier otra cosa, las definiciones.La vaguedad se vuelve arte eficaz.
Detrás de él entró Marine Le Pen, jefa de la derecha y continuadora de la retrógada cruzada que en su momento lideró su padre. Luego se ubicaron, respectivamente, los republicanos y los trotskistas. El primero, Macron, y el cuarto,Luc Melenchon, terminaron separados apenas por cuatro puntos y medio. La izquierda quedó cerca del ballotagge.
Los partidos tradicionales, que desde hace décadas se alternan en el ejercicio del poder, acabaron fuera de juego. Los comicios marcaron el fracaso de las viejas estructuras. La dispersión partidaria se hizo notoria. El electorado no consagró líderes ni proyectos en sí mismos potentes. Construcciones recientes demostraron estar en condiciones de competir electoralmente con éxito.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS del 27 de abril de 2017)