Escribir desde el vacío

Por F.K.
—¿Cuál es el primer olor que recordás de tu infancia?
—El de las mielcitas. Mi abuelo, cuando venía a visitarnos, traía un paquetito con sorpresas que variaba su contenido pero que siempre tenía mielcitas. Las comía y me quedaban impregnadas en las manos.
—Eso dulce y empalagoso, ¿está en tu escritura?
—Sí, hay mucha mielcita en mi literatura.
—¿Te acordás cuándo empezaste a escribir poesía?
—Hubo un clic. Yo venía escribiendo narrativa y en un momento pasé a la abstracción, a jugar con detalles. Los ritmos de la facultad me obligaron también a escribir cosas más cortitas, en menos tiempo. Creo que empecé a hacer poesía cuando comencé a escribir a mano. Cuando estaba en la compu tendía a la velocidad, a escribir con menos filtros, no me detenía tanto en las palabras ni en lo que representaban y al hacerlo en papel tenés menos espacio y más pensamiento. No dejé de lado la narrativa pero sí pienso de manera diferente a la hora de contar algo.
—¿O sea que la vorágine de tu vida te influyó en la escritura?
—Sí, influye en los medios y en el qué. Mis últimos cuatro libros son de poesía, vinieron después de “Pulóver”, que es un libro de transición. A los cuentos los fui dejando de lado porque requerían mucha dedicación y tiempo. A la poesía la podía corregir en el colectivo mientras iba a cursar y también me permite el trabajo intenso en poco tiempo y poder decir muchas cosas de manera más concentrada. Tiene que ver con los tiempos de uno. Siempre tuve mi mambo entre el abogado y el escritor: he dejado de cursar, de estudiar y hasta postergué recibirme porque veía que la terminología jurídica se me colaba en la literatura y no me gustaba ver eso. Creo haber encontrado mi voz o mi estética y a veces me veo usando términos que no son míos, que es acerca de lo que estoy estudiando. En el Derecho no se nombra el mar, no se nombra el viento, es imposible pensar en un color desde el Derecho.
(Más información en la edición gráfica número 1070 de la revista ANALISIS del 9 de noviembre de 2017)