Cien años de amor de locura y de muerte

Por Ferny Kosiak
Manuel Gálvez recuerda en su biografía que Quiroga “le puso por título `Cuentos de amor de locura y de muerte´, y no quiso que se pusiera coma alguna entre esas palabras”, marcando una celeridad, una velocidad en la unión de estas ideas, de estos conceptos que son parte de un todo.
La primera edición de 1917 incluía los cuentos Los ojos sombríos, El infierno artificial y El perro rabioso, que luego el autor prefirió suprimir, quedando un total de 15 narraciones. Borges, que lo que tenía de inteligente también lo tenía de viperino, dijo: “Horacio Quiroga es, en realidad, una superstición uruguaya. La invención de sus cuentos es mala, la emoción nula y la ejecución de una incomparable torpeza”. Y sin embargo, a cien años, sus historias permanecen en la memoria colectiva, quizás más que los argumentos de Borges. Esta crónica va a detenerse, brevemente, en 4 de los 15 cuentos que finalmente eligió Quiroga, uno de los primeros en abrazar en esta región la nueva figura de los albores del siglo XX: la del escritor profesional.
Hoy en día es raro encontrar en cualquier hogar almohadas de plumas, pero hace cien años era moneda corriente. El almohadón de plumas se volvió un clásico instantáneo porque tomaba un elemento tan mínimo y universal, propio del hogar, cercano a cada humano, y lo volvía herramienta del terror. Cuando al final el lector se entera de que a la anémica Alicia le chupó la sangre “un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa”, con patas velludas y de boca apenas pronunciada, se produce un primer acercamiento a lo monstruoso. El efecto final llega de la mano de la explicación pseudocientífica que cierra el cuento: “Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma”. Ácaros hay en todas las plumas, en todos los almohadones que no se orean periódicamente, entonces todos los lectores de la época estaban potencialmente en situación de morir en la comodidad de sus propias sábanas. El terror, en términos freudianos, pasaba a ser siniestro, en las inmediaciones de la comodidad del hogar, de lo conocido que se transforma para mal.
(más información en la edición gráfica número 1072 de la revista ANALISIS del jueves 7 de diciembre de 2017)