Jugando a la casita robada

Jorge Riani
El mundo era muy distinto por entonces. El presidente argentino se llamaba Arturo Frondizi, el gobernador entrerriano Raúl Uranga. En la ciudad, El Diario comenzaba a cimentar su solidez económica y a posicionarse como la voz monopólica, más por falta de competidores dispuestos a hacer un lugar que por acción del medio hegemónico. La otra voz que se escuchaba en la ciudad era la de la radio estatal LT14.
En la capital entrerriana, toda la comunicación pasaba por ahí y no parecía que hubiera déficit informativo en lo que una comunidad necesita saber para organizar sus actividades. Los actos, las asunciones de autoridades, las aperturas de nuevos comercios, los egresados de colegios, las defunciones, los nacimientos, los accidentes, los avatares climáticos, pero también los escritos de los intelectuales vernáculo, el mundo de las letras de una incipiente generación de escritores.
Era caro anunciar en esos medios, pero había una seguridad para el comerciante: lo que se ofrecía en las páginas de El Diario encontraba clientes. Era venta segura. Fue así que la ciudad tuvo sus dos grandes medios periodísticos-publicitarios de gran solvencia.
La ciudad era chica y los periodistas se relacionaban como todos lo hacen en un medio urbano de dimensiones maniobrables: más como amigos que como colegas, más como compinches que como compañeros de trabajo.
La generación de entonces había aprendido la bohemia de sus antepasados, y los bares y cafés de la ciudad constituían una extensión de las jornadas de trabajo. Los periodistas de El Diario, a lo sumo, se imponían el límite de llegar a casa antes de que el ejemplar del nuevo día pase por debajo de la puerta.
(más información en la edición gráfica número 1072 de la revista ANALISIS del jueves 7 de diciembre de 2017)