Historias comunes

La ONG Suma de Voluntades triplicó las porciones de comida que entrega los jueves en distintos puntos de la capital provincial, desde que retomó el trabajo en la calle después de la pandemia. Esta es la crónica de una secuencia hecha de historias comunes, un recorrido que incluyó cinco terminales de entrega de alimentos a personas en situación de calle.
Natalia Buiatti
La escena se repite casi todas las tardecitas y noches en algunos puntos más o menos exactos de la ciudad.Es como una calcomanía medio rota, descolorida, pegada en una heladera vieja. Una puede perderse por horascon la mirada fija en esa imagen y dejar que el ruido ensordecedor de una ciudad loca, donde nadie registra a nadie, se vuelva silencio.
La escena es una secuencia mecánica que constituye sólo una partecita de varias historias comunes. No. No son historias distintas. No tienen protagonistas extraordinarios ni excepcionales. No están dotadas con ribetes novelescos, ni son culebrones de televisión. Son historias impersonales, de la calle. Historias contadas muchas veces, que podrían ocurrir en cualquier zona urbana de varios miles de habitantes. Vidasolvidadas, que no pertenecen a gente de bien.
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María y Juan están sentados en un banco de la renovada Plaza 1° de Mayo, en la vereda frente a la Catedral. En el medio de ambos hay una montaña de cosas: bolsos, tuppers, un carro, mochilas, camperas, colchones enrollados, frazadas… Una parva de elementos que les pertenecen y que acarrean con ellos.
–Esto es plata invertida de nuestras pensiones –dice ella que parece despreocupada pero no saca los ojos del montón de objetos.
–Cuidado la campera. ¡Juan! La campera, traéla más acá –le ordena a su esposo que acaba de buscar dos porciones del alimento que, a pocos metros, reparten colaboradores de la ONG Suma de Voluntades.
María y Juan tienen 48 y 51 años. Duermen en la calle y comen lo que les van dando las organizaciones sociales. Pertenecen al grupo de “viejos” que no se logra acomodar en ningún albergue ni hogar.“Dormimos donde nos dejan. Ahora, nosotros estamos en la entrada de un banco que está en construcción. Pero otros duermen en la vereda de la Catedral, otros en la plaza”.
La mujer cuenta que vive en la calle con su marido desde que la casa de su madre fue usurpada por los narcos en el barrio La Milagrosa, después de algunos inconvenientes que tuvieron un trasfondo judicial. Desde entonces, fue al hospital donde le hicieron estudios médicos que le sirvieron para pedir una pensión. “Con eso estoy tirando. En la pandemia estuvimos en el albergue municipal pero está lleno de adictos, es imposible, se matan. Hasta los cubiertos me robaron ahí. Cuando se les termina la plata te roban y a mí las cosas me cuestan, la plata de la pensión es poquísima. Recién ahora subió a 27.000 y no es joda. Tengo que comprar Diclofenac que tomo todos los días, y más si no hay comida como ahora que está escaseando, se complica. Suma hace malabares para conseguirnos la comida”, acota.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1147, del día 20 de diciembre de 2023)