La cruda realidad de las cooperativas sociales

En un contexto de denuncias mediáticas y embate contra las organizaciones sociales a nivel nacional, cómo sobrevive una de las cooperativas de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) en Paraná.
Natalia Buiatti
La rama textil de la cooperativa de trabajo Esperanza Gualeguaychú Ltda tiene instalaciones en una callecita de barrio, en Paraná. Las mujeres cooperativistas alquilan un galpón en los alrededores de Avenida Churruarín, por la zona Este de la ciudad. Un lugar lindo, de casas bajas y gente trabajadora.
El viernes 12 de julio, la coordinadora Viviana González espera a ANÁLISIS en el portón de ingreso al establecimiento. La mujer está parada justo sobre el límite con una veredaespaciosa, llena de árboles y césped. Abre una reja negra de hoja doble y camina hasta el final de un sendero que no supera los diez metros de largo. La entrada al tinglado está abierta de par en par. Una estructura alta de chapas y concreto.El ambiente es seco y frío. Se hace ameno con las cumbias que suenan en una radio pequeña, con el mate y el termo. Hay retazos de tela por todos lados.Rollos.Frazadas empaquetadas en bolsas transparentes de cierre autoadhesivo.Prendas.Hilos.Algunos aparatos para coser de última generación.Y una bandera de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), la organización política y social que le dio forma y contención a la asociación.
Desde hace meses, la cooperativa trabaja a media máquina, o tal vez menos. Sobrevive a la oleada aséptica que impulsan las autoridades políticas de la nueva generación.
“Cosemos a pedido de distintos organismos del Estado y también de particulares. Tenemos una chica que vende las prendas que realizamos. Antes de integrar esta cooperativa, tuvimos un grupo de limpieza, de barrido de calles. Después un costurero chiquito que funcionó en el Lomas (NdR uno de los barrios populares de Paraná). Ahí formamos esta cooperativa con compañeras de otros barrios ytramitamos el Potenciar Trabajo. En la pandemia nos llegó un pedido para hacer tapabocas sanitarios, fue el primer pedido grande que tuvimos, para La Plata. Después hicimos trabajos para el municipio. Esos encargues nos permitieron ir comprando máquinas e insumos”, cuenta González y aclara que cada cooperativista cobra, actualmente, 78.000 pesos por el plan como ingreso fijo. Después, si logran vender, se reparten los excedentes según la cantidad de horas trabajadas. Al dinero mensual que juntan por encima del plan, se le debitan gastos como insumos y alquiler. Todo está en manos de contadores que llevan los números de la cooperativa.
“Alquilamos y se nos hace muy difícil. Pagamos 125.000 pesos y ahora se nos va a 250.000 pesos. Estamos viendo si podemos pagarlo. El problema es que no tenemos dónde llevar las máquinas. Hasta el año pasado, el Estado otorgaba pre-financiamiento para la adquisición de insumos. Confeccionábamos y cuando retiraban, pagábamos. Pero ahora ya no lo tenemos y se nos está haciendo muy difícil”, grafica.
En el galpón textil hay otras dos mujeres de la cooperativa que desempeñan tareas específicas. “Estamos viniendo pocas. Es que tenemos poco trabajo y, encima, hace muchísimo frío de mañana. Estamos completando un pedido para el Gobierno, nos encargaron 55 frazadas. Entiendo que serán repartidas en comisiones vecinales. Cuando las tengamos listas, vendrá un camión del Ejército a buscarlas y deberemos completar una planilla de entrega. Y recibiremos el pago a los dos o tres meses. Pero bueno, es algo que sabemos que entrará en algún momento, que lo vamos a cobrar”.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1152, del día 18 de julio de 2024)