Crónica de una tarde en un merendero del barrio Alloatti

Vivir para comer

Edición
1153

Mientras la desigualdad social está en el peor nivel de los últimos años, se libera el precio de las garrafas, cae estrepitosamente el consumo de leche, carne y verduras, los legisladores tironean para subirse las dietas y los funcionarios públicos están empachados de sueldos inflados, en los barrios populares las personas hacen hasta lo impensado para comer.

Natalia Buiatti

El cucharón se eleva unos centímetros por encima de la olla. Está cargado, rebosante. El brazo que lo sostiene tiembla y sevierte algo de preparación. Parte del líquido cae al resto de la comida. Se oye como si una canilla vieja cortara el chorro. Derrama. Se detiene. Gotea.

Rita Regner fracciona arroz con leche. Divide una olla de 20 litros en porciones más pequeñas. Las acondiciona en potes de helado, tuppers, fuentes, baldes de pintura de 2 litros, platos, bowls, bolsas, donde pueda. Secciona la comida de pie, en un pequeño pasadizo entre la cocina y el comedor de su casa. Allí acomodó un quemador que está conectado a una garrafa de 15 kilos. Al lado, apoyada sobre la pared que divide un ambiente del otro, hay una mesa que sostiene las porciones, listas para ser entregadas.

Afuera golpean las manos, una vocecita dice hola. Los niños llegan de a dos, tres o cuatro. Algunos se mueven en bici, o acompañados de sus perros. Se aproximan en grupitos de hermanos, a veces con sus madres o sus padres.

“Cuando hay para repartir, la mayoría de los chicos viene a buscar una porción después a las 18.30. Es que salen de la escuela Esparza a las 18, van a la casa y de ahí se vienen a buscar algo para comer”, cuenta la mujer.

El merendero que sostiene está ubicado en el barrio Alloatti de Paraná. Se llega por Avenida Larramendi, pasando el supermercado ChangoMás (exWalmart). Se entra por Antonio Franzotti, se dobla en Jorge Haendel y se avanza casi tres cuadras hasta el lugar. Ciertamente, además de cocinar allí también hay una barbería y, en otro tiempo, hubo una batería de actividades: trabajó una división de limpieza, hubo una panadería y durante la pandemia cosieron barbijos, entre otras labores.

“Puse el merendero El arca del amor en 2020. Pero ahora no me están dando casi nada. Tengo un plan Potenciar Trabajo de 78.000 pesos. Hace 30 años que lo tengo. Hasta el año pasado me ayudó la Corriente Clasista y Combativa (CCC) con la comida. Pero este año se cortó todo. Sólo estoy consiguiendo en el Banco de Alimentos, en calle 17 de Octubre, o en calle Colón (donde la Subsecretaría de Desarrollo Social municipal entrega módulos alimentarios). Aunque quisiera, no puedo cocinar siempre. Trato de preparar leche los martes y los viernes, pero no siempre hay insumos. En calle Colón me dan leche, arroz o polenta. Si quiero ponerle azúcar o cacao, porque no voy a dar leche amarga, tengo que sacar de mi bolsillo. Lo mismo el gas para cocinar, tengo que ponerlo yo. Para las galletitas no hay, pero a veces sí puedo darles pan”, declara.

Rita tiene 49 años. Es de estatura baja. Tiene el cabello corto, castaño, y lo peina con una raya al medio o al costado. El rostro ovalado, los ojos chicos y marrones. Es coqueta. Lleva un maquillaje suave. Porta una sonrisa amorosa, que enmarca con un par de aros argolla.Es una mujer que desea. Por el mismo plan de 78.000 pesos, también trabaja en la cooperativa textil Esperanza Gualeguychú, al otro lado de la ciudad. Los fines de semana, cuando la requieren, limpia dependencias deportivas.Y, hace algunas semanas, la lista que armó se quedó con la conducción de la Comisión Vecinal del barrio Alloatti. El grupo se llama “Esforzadas y valientes”.

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1153, del día 22 de agosto de 2024)

Edición Impresa