Diálogo con José Iparraguirre, abogado de Derechos Humanos

“Uno no puede ser feliz en un mundo desigual”

Edición
1155

José Rodolfo Iparraguirre nació el 1° de junio de 1965 en Paraná. Su padre –ya fallecido- se llama Carlos Iparraguirre y era contador. Y su madre –también fallecida- Marta Rosa Jorgelina García del Valle fue una reconocida docente. “Era maestra en las escuelas de los barrios populares”, la recordará. En el diálogo que mantuvo con ANÁLISIS repasará el tránsito generacional de la dictadura cívico militar hacia la democracia y en democracia su vínculo con los Derechos Humanos, no solo como una forma de compartir la memoria sino la vida misma.

Por Nahuel Maciel

José Iparraguirre es el tercero de cuatro hermanos. Recuerda conmovido que su hermana falleció en 1982 en un accidente de tránsito todavía en la memoria de la comunidad, mientas cruzaba la calle. “Era joven. Se había recién recibido de profesora de Literatura, Lengua y Griego y Latín. Tenía 21 años y cruzaba hacia el Club Rowing en la zona de la Costanera cuando fue atropellada por un vehículo. Yo tenía 17 años y estaba cursando la secundaria. Eso fue un cambio sustancial en nuestra familia. Me quedó mi hermano Carlos que es abogado y trabaja en el Poder Judicial Federal y Leandro Marcelo que es estudiante de Filosofía y de Lengua”, referenciará.

El diálogo que desarrolló con ANÁLISIS repasará a grandes rasgos sus dos vocaciones públicas: la abogacía y los Derechos Humanos.

Se referenciará como parte de la generación que vivió “la primavera democrática” y admitirá que vivió esa transición con poca información sobre el infierno en el que se había sumido el país a raíz de la violencia institucional de la represión del Estado, especialmente durante el golpe cívico militar.

Por otro lado, explicará que los Derechos Humanos no se limitan solo a la memoria y por eso también contextualizará otras luchas durante la democracia para el real ejercicio de otros derechos ciudadanos: por ejemplo, la lucha contra el gatillo fácil en la provincia.

En ese marco, reflexionará sobre la soledad profesional vivida en su momento; incluso el vacío que muchas veces experimentó de instituciones como el Poder Judicial hasta el reconocimiento público y colectivo por su aporte a la vigencia de los Derechos Humanos también para el presente y el futuro.

-En usted se manifiestan dos vocaciones claras y públicas. Por un lado, es abogado y por el otro es reconocido como un defensor de los derechos humanos.

-Soy de la generación de la primavera democrática. Es decir, cursé la secundaria durante la dictadura. Asistí a la Escuela Normal de Paraná. Una escuela de clase media que queda en el centro. No teníamos absolutamente idea de lo que sucedía en el país ni lo que había ocurrido en el país. Me recibo en 1982 y allí empiezo a conocer un poco lo que había sucedido en el país. Siempre voy a recordar a un profesor que teníamos en la Escuela Normal, Luis Campos, que es abogado - todavía vive y sigue ejerciendo- quien fue el único que se atrevió a hablarnos de democracia. Como estudiante de la secundaria no sabíamos lo que era una Constitución, nada de democracia ni mucho menos íbamos a saber qué eran los Derechos Humanos y obviamente nada de nada sobre el socialismo o alguna postura de izquierda. Por lo tanto, era absolutamente neófito de lo que sucedía. Por eso digo: soy de la generación de la primera democrática. En 1983 vivimos una explosión de libertad y de poder ver qué es lo que había pasado en el país y qué es lo que sucedía. Mi papá era un militante radical y había sido funcionario de lo que sería Acción Social durante el gobierno de Contín. Mi primer acercamiento en la Facultad fue con la Franja Morada, es decir, con el radicalismo y estando ya en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional del Litoral, donde egreso como abogado.

- ¿Y qué le pasó cuando comenzó a conocer la historia pre democrática del país?

-Para mí fue una experiencia fuerte. Cuando me entero de esa situación se me produce como un quiebre. Yo era una persona católica, de asistir a misa. Y fue muy duro haberme enterado que los curas estaban en los lugares de tortura. Incluso que eran partícipes de esos hechos. Esa situación me alejó absolutamente de la Iglesia.

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1155, del día 17 de octubre de 2024)

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