Temen una masacre sin precedentes

Seis fantasmas que nadie desea encontrarse

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795

Daniel Tirso Fiorotto
(especial para ANALISIS)

La peor noticia en 25 años de democracia se encamina en estos días por la peor de las hipótesis, a punto de marcar un hito en la historia argentina del crimen. En las próximas horas, la justicia provincial realizará una especie de ecografía, un escaneo del suelo, con instrumentos de última generación en busca de seis esqueletos humanos en la estancia donde desaparecieron hace seis años José Rubén Mencho Gill, su esposa Norma Margarita Gallegos y sus cuatro hijos. También rastreará posibles restos de sangre. Los familiares lloran y en su intuición se inclinan por un asesinato de proporciones dantescas al tiempo que piden que se ofrezca una recompensa abultada para activar una investigación precaria, con demasiados interrogantes.

¿Escondidos los seis en una zona inhóspita de Paraguay, de Brasil, del Chaco argentino, y aislados por una razón que nadie sabe explicar ni imagina? ¿Muertos envenenados, o acribillados los seis, y sepultados o incinerados en el establecimiento que les daba trabajo?

El destino de los Gill Gallegos, la suerte de esos cuatro niñitos entrerrianos y de sus padres no encaja en ninguna hipótesis lógica y todos los caminos desembocan en lo insólito, en lo increíble. ¿Están trabajando en algún rincón del planeta, o fueron molidos para pasto de los cerdos? Las dos explicaciones, como otras, son tan graves, tan imposibles en apariencia, que confunden a familiares e investigadores. Es demasiado difícil asesinar a cuatro niños y dos adultos y sepultarlos o quemarlos o convertirlos en alimento balanceado sin dejar rastros. Sin dejar rastros materiales en el lugar del hecho, o psicológicos en el asesino. Y es demasiado difícil (no imposible, claro) que una familia se marche sin huellas, sea buscada en el país, en el mundo, y en seis años no dé señales de vida, siquiera un solo llamado telefónico, nada.

“Pienso que a mi hermano no lo voy a ver nunca más”, dice y se empasta de llanto Otto Santiago Gill en su casa del barrio sur de Paraná, a metros de la Avenida de las Américas. “Mencho era un campesino, le gustaba la ganadería, estuvo de peón en Villa Fontana, Hasenkamp, y hace 15 años ahí en Crucesitas; era muy querido, demás bueno era, siempre hablaba en voz alta, saludaba a todo el mundo, y andaba a caballo o en el tractor, en eso anduvo siempre”, recuerda y llora. “Los vecinos dicen que los gritos de Mencho arreando los animales temprano eran su reloj despertador, los vecinos lo querían mucho”.

La emoción lo traiciona, le frena su relato en pretérito. Otto Santiago Gill muestra una pesadumbre indescriptible, y no puede asumir la desaparición de su hermano con toda la familia, pero habla en pasado: “Yo le digo finado ya”, confiesa con resignación. Tenía una excelente relación con su hermano menor José Rubén, conocido por “el Mencho”, al punto que solían visitarse por dos o tres días y compartir encuentros, churrasqueadas con vecinos.

Mencho era de condición muy humilde y extrovertido. Su esposa Norma venía de una familia más pobre aún, y de pocas palabras. Además de colaborar en la casa, la mujer cocinaba en una escuela y tenía su sueldo. Cuando desaparecieron quedaron sueldos sin cobrar, quedaron muebles, electrodomésticos, documentos…

Semanas después de su desaparición, ocurrida un soleado 13 de enero de 2002, su patrón, un vecino de la ciudad de Seguí, dio a entender que la familia podía estar con parientes de Santa Fe, o haber viajado en busca de otro empleo en el nordeste. Eso demoró las búsquedas, y la causa estuvo caratulada por años como una simple averiguación de paradero en el Juzgado de Instrucción a cargo de Sebastián Gallino en Nogoyá.

Quién es quién

Los seis desaparecidos: José Rubén Mencho Gill, entonces de 56 años, su esposa Margarita Norma Gallegos, de 26, y sus hijos María Ofelia, de 12, Osvaldo José, de nueve, Sofía Margarita, de seis y Carlos Daniel, de cuatro. María Ofelia se perdió como una niñita de 12 y hoy tiene ya 18 años. Su padre tenía 56, hoy debe contar ya con 62 años. Hace más de seis años que nada se sabe de esos seis entrerrianos.

Los buscan en Paraná Otto, Osvaldo y Ofelia Gill, los hermanos de Mencho, su sobrina Carina Gill, estudiante de Lengua y Literatura, entre otros parientes, con el apoyo del abogado Guillermo Vartorelli (que sucedió en ese servicio a Elbio Garzón). Y en Nogoyá reclama, entre otros, Adelia Gallegos, madre de Margarita, a través del abogado Maximiliano Navarro.

La familia desapareció del establecimiento La Candelaria de Alfonso Goette. Muchos vecinos consultados sospechan de Goette, pero nadie ha brindado pistas claras que lo vinculen, y no hay pruebas de que se esté ante un hecho de sangre o ante un secuestro.

Terco y soberbio, duro en el trato, Goette presentaba para el vecindario el perfil perfecto para responsabilizarlo de la desaparición. Su temperamento lo condenó de entrada ante el pueblo, más de uno recordó algún roce con él, alguna denuncia, pero no hay pruebas que lo incriminen. Si bien los investigadores lo tienen como principal interlocutor de los Gill Gallegos, y consideran extraña su fachada de frialdad como toda respuesta ante la gravedad del hecho, e incluso sospechan de una relación pasional entre el patrón y la mujer del peón, abonada por una enfermedad genital que padecía Mencho, todo ha quedado por ahora en especulaciones precarias. De hecho, la distancia en la edad de Mencho y su mujer, que quedó embarazada de su primera hija en la preadolescencia, fue motivo también de análisis de las víctimas, en busca de pistas, en los abultados expedientes.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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