Maradona, antes del título o la eliminación

Ese señor no puede mandar

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893

Antonio Tardelli

Ni siquiera la felicidad del logro atenuó entonces la catarata de improperios en que se convirtió la rueda de prensa posterior a la victoria contra Uruguay en el Estadio Centenario. Se está incubando, ahora mismo, una tormenta. Hay que saberlo.

Una victoria en octavos de final, instancia modesta para la historia del fútbol argentino, fue suficiente como para entregar algunos adelantos. Vinieron en forma de soberbia. “¡¿Ya me quieren limpiar?!”, exclamó cuando pretendió –con todo éxito, como casi siempre– imponer su voluntad y estirar la conversación con los periodistas. “Es una pregunta tonta”, comentó otra pregunta, pregunta que como toda pregunta exigía una respuesta y no una descalificación. Desvió el tema cuando lo interrogaron por el ilegítimo gol con que Carlos Tévez abrió la victoria ante Méjico. Sin responder puntualmente la consulta, se refirió, en una apreciación desproporcionada, a los golpes que los adversarios propinan a Lionel Messi cuando la estrella argentina toma el esférico. Pretendió Maradona minimizar una evidente ilegalidad con otra pretendida injusticia, en cualquier caso incomparable. Fue ahí Maradona, como muchas veces, una típica expresión de argentinidad.

Es que, posiblemente por retaceada, a los argentinos la felicidad les embarulla el entendimiento. No hay santos milagrosos que vayan en ayuda de los argentinos cuando la lengua se les añuda y se les turba la vista, por ejemplo ante un gol ilegal, siempre y cuando sea a favor. En vano la justicia universal, si es que existe, aguardó que los relatores argentinos, munidos incluso de una pantalla gigante, dijeran el domingo, durante la angustiosa, eterna espera de instantes, algo parecido a: “Ese tanto debe ser anulado”. O: “Ese gol no puede ser convalidado”. Nada de eso. Cien de cada cien argentinos celebraron la injusticia. Festejaron el robo. Saludaron el error. El poder discrecional del árbitro, convertido en ese momento en tribunal último de la vida y de la muerte, fue vitoreado porque falló –literalmente– a favor de la patria. Todos los connacionales fueron Maradona, fueron uno solo en el desprecio de la norma. Fueron Maradona, el que al mismo tiempo puede fastidiar hasta lo indecible protestando por una falla técnica en la ejecución de un lateral. Maradona ve en un saque lateral mal realizado las señales inconfundibles de una conspiración antinacional. Levanta entonces pancartas en pos de la justicia pisoteada. Protesta airadamente. Argentino, Maradona no tiene medida. Carece de vara para medir.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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