OPINIÓN

Un infierno sembrado de absurdos

Edición
901

Hugo Remedi

Y definitivamente, la impunidad termina siendo vital en la convivencia social porque la gente internaliza las distorsiones con asombrosa banalidad y aplicada resignación. Esto permite, en consecuencia, hacer y decir cualquier cosa sin que nadie acabe, cuando menos, sorprendido. Indignación, estupor, falta de respeto, atrevimiento son sin dudas hoy palabras cruzadas por un tufo arcaico.

Estamos re-modernos y re-progres. Cumplir con la palabra empeñada, respetar los códigos, dignificar la calidad de vida moral, tener coherencias evidentemente para la moda imperante es absolutamente retrógrado.

Y allá vamos, en camino, desvencijando las escasas reservas morales que a duras penas trata de mantener el tejido social con vida.

Todos (o la gran mayoría) acusa de todos estos males al trajinar de la política y al vaivén de los bemoles democráticos. En realidad, vale reiterarlo, esa ecuación no es más que la razón apropiada para despejarnos de nuestras propias responsabilidades.

Insisto, con aquel tema de que los políticos –al menos de nuestra parroquia- no vienen de Marte, ni nacen por generación espontánea. En absoluto, son, lisa y llanamente, el producto visible de nuestra razón social.

Distraídos e indiferentes

Los políticos que nos representan, reflejan la sociedad que tenemos. Con los dirigentes pasa lo mismo y con los empresarios y con los docentes y con los gremialistas y con nosotros los periodistas. Con todos sucede algo similar. Somos, en el conjunto, nada más que la resultante de la comunión de las individualidades que por azar o por elección se nuclean en determinados marcos orgánicos.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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